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Paulo

Después de haber estado unas dos horas en el hospital, escuchando y soportando los quejidos de Sofía por el dolor en su muñeca, finalmente volvimos al departamento. Antes de que pasará ese pequeño incidente había pensado en salir a algún lugar de por ahí a comer, pero viendo como estaba la lisiada, no sabía si podíamos cumplir con eso.

La anteriormente mencionada se tiró en el sillón, por lo que tuve que sacarle el perro de encima cuando se quejó de que el mismo se apoyó sobre su muñeca y el animal se ofendió, comenzando a lloriquear en el piso. Sofía tenía la cara un poco roja, lloró mucho por el dolor y me había hecho sentir mal al no poder hacer nada para que dejará de sufrir.

— ¿Querés un té? —le pregunté, sabiendo que a ella le encantaba. Simplemente asintió moviendo su cabeza.

Fui hasta la cocina siendo perseguido por Snow, quién intentaba desatarme los cordones y como pude lo esquive, tratando de no pisarlo una vez más. Le pusé agua a la pava eléctrica para después enchufarla, dejando que se calentara unos minutos mientras yo seguía jugando con mi ipad a escondidas.

Cuando el agua estuvo caliente, saqué de la alacena la taza que Sofía solía usar y ahí le preparé el té con mucho amor. También decidí llevarle unos bizcochos, por lo que tuve que poner todo en una bandeja y caminé con la misma hasta el living, para finalmente dejarla sobre la mesita ratonera.

La castaña agarró la taza con su mano izquierda (la cuál estaba "sana") pero no tenía mucha fuerza que digamos y se le dificultaba un poco el mantenerla quieta.

— No puedo, me tiembla. —se quejó bajito.
— A ver. —murmuré agarrando la taza.

Me senté bien a su lado y le acerqué la taza a sus labios lentamente, por si estaba muy caliente. Ella le dio un sorbo al té y me sonrió al notar como la cuidaba, para después agradecermelo con un beso. Cabe decir que a los bizcochos si podía agarrarlos bien y que se los deboraba como si fueran migas.

— Mariano te quiere conocer. —le comenté mientras acercaba una vez más la taza de té.
— Ya me conoce. —respondió dándose la vuelta para mirarme.
— Sí, pero la última vez que te vio teníamos diecisiete y él no sabía que eramos novios.
— Tenés razón. —dijo para después hacer un puchero con sus labios.— Me tengo que bañar y no sé como voy a hacer.
— Te voy a ayudar, tarada.

Ella sonrió mientras movía sus cejas de arriba a abajo, haciéndome reír. Estuvimos en el living unos minutos más hasta que terminó de merendar, cabe decir que yo le robaba unos cuantos bizcochos porque también tenía hambre y no me había preparado nada para tomar.

Lavé la taza en la cocina mientras escuchaba como Sofía jugaba con Snow en el living, riendo y haciendo enojar al perro. Cuando estuve libre, fui hasta dónde estaba ella y la cargué en mis brazos sin aviso.

Entramos al baño y me tocaba desvestirla, por lo que le saqué las sandalias que tenía puestas. Le saqué la remera, tirando de la misma mientras ella mantenía sus brazos arriba como podía. Desprendí el short, bajando el mismo lentamente hasta dejarlo caer al piso y ella levantó los pies para sacarselo por completo.

Le saqué la férula tratando de ser lo más cuidadoso posible mientras escuchaba como ella soltaba suspiros de dolor, aguatando el mismo.

Lo único que quedaba era su ropa interior, por lo que llevé mis manos hasta su espalda para desprender su corpiño y deslizar el mismo por sus brazos. Sin despegar mi mirada de sus ojos, agarré del elástico la única prenda que cubría su cuerpo y tiré de la misma hacía abajo lentamente, dejándola caer por sus piernas hasta tocar el piso.

— ¿No lo podías hacer menos erótico? —preguntó haciéndome reír.
— Perdón, no fue intencional.

Me desnudé mientras ella abría la ducha del baño, dejando que el mismo se llenará de vapor y un calor sofocante. Ya completamente desnudo me metí abajo del agua, quemandome un poco la espalda, por lo que ajusté la temperatura del agua antes de meterme definitivamente.

Me paré a unos cuantos pasos de Sofía, agarrando el bote de shampoo y echandome un poco de producto en las manos para después pasar las mismas por el pelo de la castaña, acariciando su cuero cabelludo. Acción que repetí con el acondicionador, lavando bien su pelo y evitando que le entrará en los ojos.

Ella parecía estar tranquila hasta que llegó el momento de enjabonar su cuerpo, sin siquiera dejarme hacer algo, agarró la esponja y se la pasó por su cuerpo con la mano que no le dolía. Aproveché eso para poder lavarme el pelo, claramente ella no quería que yo la tocará. Y me ofendió.

— ¿Estás enojado? —preguntó mientras se enjabonaba.
— No ¿por? —respondí sin mirarla.
— Mi bebé está enojado. —murmuró riendo y rodeando mi cuello con sus brazos.— Ay.

Le había dolido la muñeca.

— Si sabes que te duele ¿para que haces eso? —le pregunté con seriedad.
— Para que se te pase el enojo, enojón. —respondió rozando nuestras narices, haciéndome sonreír inconscientemente.
— No me enojé. —negué.
— Ajá.

Solamente me quedo reír. Segundos más tarde ellas me entregó la esponja, susurrandome un "toda tuya" y supuse que se refería a que ya podía usarla, pero estaba equivocado. Me señaló su cuerpo mientras me miraba con las mejillas ruborizadas, y aunque yo me negué sabiendo que le incomodaba, ella me insistió.

Me controlé, no hice nada que ella no hubiera pedido. Me encargué de enjabonar bien su cuerpo, con cuidado de no lastimarle la muñeca y la agarré de la cintura con una de mis manos para que no se resbalara o algo así.

Unos minutos más tarde, los dos ya estabamos afuera de la ducha secandonos mientras a ella le goteaba el pelo y mojaba un poco más el piso. Envolví su cuerpo con una toalla, cargandola en mis brazos y entrando al cuarto juntos para después dejarla sobre la cama mientras la escuchaba reír.

— Lindo culo. —murmuró atrás mío, viéndome cuando me cambiaba.
— Vestite y deja de acosarme. —respondí riendo.

Mariano nos había invitado a salir a cenar algo por ahí, iría también su novia y eso sería bueno para que Sofía mantuviera contacto con alguien de su género. Sabía que había estado sintiéndose sola y un poco incomprendida últimamente, convivir conmigo no era fácil y mucho menos cuando yo no comprendía mucho a las mujeres.

Eran las nueve de la noche cuando los dos ya estabamos listos. Sofía se había puesto un vestido negro que le quedaba bastante lindo, no era ajustado ni provocativo, pero no pasaba de desapercibido. Esta vez tenía puestos zapatos bajos, por lo que quedaba unos cuantos centímetros más abajo de mi altura y yo me burlaba de eso hasta hacerla enojar.

— Amor, ¿me ayudas a ponerme la férula? —preguntó, a lo que asentí mientras comía un bizcocho que había encontrado en la cocina.

Una vez más la ayude a ponerse aquella cosa molesta, escuchando como se quejaba por el dolor y se ponía histérica. Contaba hasta diez para no desesperarme.

El timbre del departamento sonó, desde el teléfono pregunté quién era y al saber que se trataba de mi hermano con su novia, les abrí la puerta de entrada. No pasó mucho tiempo cuando los tuve a los dos en la puerta, saludandome y preguntandome a dónde iríamos. No tenía ni idea, solamente quería salir y despejarme del ámbito de trabajo.

— ¿Qué te pasó? —le preguntó Johanna a Sofía.
— Preguntale a Paulo. —respondió mirándome.
— A la señorita se le ocurrió jugar al gallito ciego, ya sabes como terminó eso. —conté haciéndolos reír.

Mi hermano y su pareja jugaron un rato con el perro, encariñandose con él. Se los hubiera ofrecido pero estaba claro que si hacía eso, Sofía me mataría.

Mariano estuvo buscando restaurantes en su celular y cuando finalmente encontró uno que era de nuestro agrado, salimos de mi departamento para ir hasta ahí.

— Andiamo principessa. —murmuré agarrando la mano de Sofía.
— No me hables en italiano porque me derrito en dos segundos. —confesó mirándome para después morderse el labio inferior, haciéndome reir.

Esperaba que fuera una buena noche.

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Donde viven las historias. Descúbrelo ahora