037

4.9K 277 73
                                    

Paulo

Al llegar a mi departamento me pareció raro no escuchar a Sofía hablando sola (si, a veces hacía eso) o cantando a todo pulmón. Pude ver su cabeza en el sillón del living, pero ella ni siquiera se inmutó de mi presencia y yo me acerqué sigilosamente para asustarla. Pero al querer apoyar mis manos en sus hombros, escuché un ladrido que casi me mató del susto.

Sofía se dio vuelta mientras yo tenía mi mano apoyada en mi pecho y empezó a reírse a carcajadas para después acariciar al perrito que tenía sobre sus piernas. Era blanquito y tenía el pelo largo, cubriendo un poco sus ojos.

— ¿En que momento se metió una oveja a mi casa? —pregunté mirando aquel animal.
— Es un perro. —respondió mirandome con los ojos entrecerrados.
— ¿De dónde verga sacaste ese perro? Sabes que no me gustan..
— Me lo dio una señora que estaba en la entrada, dijo que no tenía para comer el pobrecito.
— Esa vieja chota, la otra vez me quería encajar un gato. —respondí poniendo los ojos en blanco.— ¿Y que le diste de comer?
— El arroz que había quedado. —respondió abrazando al perro.

Mi adorado arroz, perro atrevido.

— ¿Hiciste los pochoclos que te pedí? —pregunté dejando el bolso en el sillón del living.
— Nop. —respondió distraída, a lo que me quejé.
— Una sola cosa te pedí, Agustina. —dije sentandome a su lado.
— Perdón, me distraje. —dijo acariciandome el pelo.— Y no me digas Agustina, Exequiel.

Me reí al escuchar eso y segundos después me levanté del sillón para ir hasta la cocina, tendría que hacer los pochoclos. Busqué la olla grande, poniéndole un poco de aceite a la misma y dejé que se calentara un rato para después meterle una buena cantidad de maíz pisingallo.

Sentí unos brazos rodear mi cintura y sonreí al darme cuenta de que era Sofía, tenía su cabeza apoyada en mi espalda. Se quedó en esa posición mientras yo escuchaba como el maíz saltaba adentro de la olla y movía la misma de vez en cuando, acordandome de cómo me habían enseñado a hacer los pochoclos.

Unos minutos más tarde los pochoclos ya estaban listos y les eché un poco de sal, seguido de esto los pasé a un bowl. Sofía buscó las latitas de gaseosa en la heladera y las llevó hasta el living, dejandolas sobre la mesita ratonera que estaba ahí. Hice lo mismo con lo que yo había preparado y me tiré a su lado en el sillón después de haber apagado la luz.

— ¿Cual vemos? —pregunté poniendo Netflix.
— El stand de los besos.
— Pero esa es romántica, ni en pedo la veo.
— Daaaaale. —rogó besando mis labios repetidas veces, para después susurrarme algo al oído.
— Bueno, trae esos pochoclos. —respondí buscando la película.

Puse la película y les aseguro que no pasaron ni dos minutos cuando me di cuenta de que a Sofía le caía una lagrima, no sabía si reír o llorar con ella. La abracé pensando en lo sensible que era y ella me miró sonriente con los ojos llorosos.

Se sentó entre mi piernas, apoyandose en mi pecho, a lo que yo la abracé por los hombros y me apoyé en su cabeza delicadamente.

Durante la película podía escuchar como el perro que Sofía había llevado, se paseaba de un ladro a otro y lloriqueaba por atención. No nos quedó otra opción más que dejar que se acercará a nosotros y lo acariciamos mientras veíamos la televisión. Ese perro se quería robar la atención de Sofía.

No sé en que momento pasó pero me quedé dormido, me desperté al sentir como alguien me lamia la cara y casi vomito al ver que era el perro, no es joda.

— ¡Snow! No hagas eso. —lo retó Sofía, alejandolo de mi.
— ¿Snow le pusiste? —pregunté, a lo que ella asintió mientras lo cargaba en sus brazos.— Mamita querida.

La película había terminado, vi que era bastante tarde y casi que me voy a dormir al cuarto pero me acordé de que era viernes. Nos quedamos un rato más tirados en el sillón hasta que me agarró hambre, no habíamos cenado nada.

Busqué en el frizzer unas hamburguesas para cocinarlas y Sofía se rió viéndome, le causaba gracia que siempre cocinara lo mismo. No era por qué no supiera hacer otra cosa, sino porque me encantaban las hamburguesas así. En un momento me saltó grasa en la mano y me quemé, por lo que me quejé.

— A ver. —murmuró la castaña acercándose.

Sorpresivamente chupó la parte de mi mano dónde me había quemado y antes de que pudiera alejarse riendo, metí mi pulgar en su boca.

— Sos un asco. —dijo alejando mi mano de su boca.
— Vos empezaste. —dije riendo, abrazandola por la cintura e impidiendo que se fuera de la cocina.
— Dejame buscar el queso. —murmuró con seriedad, demostrandome que seguía enojada.

La solté y caminó hasta la heladera, sacando el queso para después pararse a mi lado. Cortó unos cuantos pedazos del queso fresco y los puso encima de las hamburguesas, dejando que se derritiera el mismo. Se chupó los dedos y yo reí mientras negaba con la cabeza, haciéndola sonreír inocentemente.

Pasaron unos cuantos minutos hasta que yo terminé de cocinar y Sofía se encargó de poner todo en la mesa, a lo que yo llevé la comida. Empezamos a comer y a ella le daba cierta vergüenza hacerlo en mi presencia, siempre decía que no le gustaba parecer un chancho al comer. Si supiera que yo antes de conocerla era un desastre comiendo.

La oveja, "Snow" según la persona que tenía al lado, se apoyó en mis piernas para que le diera de mi hamburguesa. Claro estaba que no iba a hacerlo, ya había sacrificado mi arroz con él y no iba a darle nada más.

Sofía, al contrario de ignorarlo, le dio un pedazo de su comida para que el perro comiera del mismo contento mientras movía su cola de un lado para el otro.

— Cuando cagué lo vas a limpiar vos. —dije mirando al perro.
— Estoy comiendoooo. —se quejó Sofía, haciéndome reír.

Después de terminar de comer, lavamos lo que yo había ensuciado y nos sentamos nuevamente en el sillón. Sofía estaba sobre mis piernas, por lo que yo tenía mis manos en su cintura y acariciaba la misma mientras ella me besaba. En ese momento el ladrido del perro no me asustó, hasta me olvidé de que estaba ahí.

Córdoba sin ti {Paulo Dybala} Where stories live. Discover now