CAPÍTULO 9

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CAPÍTULO 9

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CAPÍTULO 9

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El enigmático edificio se encontraba tras la colina y una planicie, pasando el bosque. Aún había un trecho largo por recorrer hasta ese punto, pero no podía llegar como si nada a un lugar que estaba repleto de seguridad, tal como lo explicó Jeanette.

Por eso, tenía una idea en mente.

Mientras las suelas de mis viejas botas militares se hundían en la tierra húmeda y las hojas secas, mantenía mis pasos silenciosos y mis ojos atentos a cualquier punto que no concordara con la naturaleza que me rodeaba. Jeanette mencionó que había algunos guardias cuidando la zona, a las afueras del bosque. No solían estar juntos, por lo que supuse que solo patrullaban el lugar para asegurarse de que ningún senderista perdido avanzara más allá de los límites permitidos.

Así que, supuse que no debía estar muy lejos de encontrarme con uno de esos guardias. Había cruzado el corazón del bosque desde un rato antes, por lo que estaba avanzando hacia la salida que conducía a la colina.

Por esa razón, mientras más avanzaba, mayor debía ser mi sigilo. No me podía permitir ser vista por ningún guardia hasta que yo así lo decidiera.

Pequeñas y cristalinas gotas de agua descendían de las ramas que se movían con suavidad cuando el viento soplaba. Las ramas crujiendo y las hojas empapadas chocando entre sí producían sonidos que me permitían camuflar el ruido de mis pasos. Pero aún en cada segundo, me obligaba a ser tan silenciosa como si mis zapatos no tocaran la tierra.

No estaba dispuesta a cometer ningún error.

Diez con cuarenta y tres —Escuché una voz a cierta distancia—. Zona Sureste, Guardia número Diecisiete.

Mis pies se detuvieron y mis oídos se agudizaron, captando hasta el menor sonido, mientras mis ojos se clavaban en la dirección de aquella voz, que pertenecía a un hombre.

Por supuesto, un guardia.

Llené mis pulmones de aire y entonces continué con mi andar. Los gruesos troncos de los árboles que se alzaban desde la tierra hasta el cielo no creaban caminos fijos a mi alrededor, sino laberintos que me ocultaban mientras caminaba. Mantendría esa ventaja mientras pudiera.

Pero aquel «mientras» duró poco. Unos instantes más tarde, entre los tonos terrosos y naranjas que componían la vestimenta otoñal del bosque, atisbé una silueta que usaba un uniforme de color negro. Poco después, esa silueta tuvo una forma más clara: Estatura alta, pantalones de combate, botas militares, chaqueta, gafas oscuras y una gorra.

Mis pies se detuvieron por instinto, cuando noté este último detalle. El sujeto estaba de espaldas a mí, pero la gorra lucía exactamente igual a la que descubrí en el apartamento de Jeanette.

Agente MortalWhere stories live. Discover now