CAPÍTULO 45

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CAPÍTULO 45

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CAPÍTULO 45

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Tenía las manos heladas y mientras las gotas de sudor frío realizaban su descenso por mi frente, los latidos golpeaban mis costillas sin un ritmo fijo.

Moví la cabeza a los lados con lentitud y parpadeé de la misma manera, sin ser capaz de reconocer las imágenes que se dibujaban como formas abstractas frente a mí. No podía concentrarme en intentarlo, siquiera. Había una sensación corrosiva en mis venas, recorriendo mi sangre como un flujo ácido que ardía y quemaba. Estaba por todo mi cuerpo. Y aún con eso, tampoco era capaz de realizar algún movimiento como reflejo.

—¿Por qué tarda tanto en despertar? —espetó la voz de acento escocés.

No era la primera voz que escuchaba en aquel rato. Antes alcancé a percibir murmullos y palabras que mi cerebro no lograba conectar. También oí pasos.

—El dopaje al que la hemos sometido es muy fuerte, señor.

—¡Y una mierda! ¡No estoy aquí para esperar!

—Señor, espere —respondió el otro—. Le sugiero...

Las palabras fueron interrumpidas cuando sentí que una gran cantidad de líquido helado me caía encima. Entre jadeos y espasmos, con el agua entrando por mi nariz y ahogándome, intenté incorporarme y comencé a toser.

No pude levantarme porque las correas estaban alrededor de mis extremidades y mi abdomen, imposibilitándome la mayor capacidad de movimiento y también empeorando la sensación del agua corriendo por mis vías respiratorias. Tosí y escupí, tratando de expulsarlo, con la cabeza dando vueltas por el aturdimiento, pero siendo golpeada repentinamente por la realidad como para reconocer el rostro de la persona a la que vi en medio de aquel suplicio.

La mirada oscura y perversa de Kenneth Olander estaba fija en mí.

Me había echado agua fría encima.

Continué inhalando el aire en bocanadas, sin poder evitarlo. Mis pulmones necesitaban el oxígeno. Mientras tanto, él dejó el recipiente vacío sobre una repisa metálica y tomó de allí algo que no alcancé a ver.

—Así es como se hacen las cosas, doctor —farfulló. Un instante después, estrelló lo que parecía ser un trozo de acero contra mi mandíbula.

El dolor detonó en mi rostro, pero se expandió rápidamente hasta el cuello y mi cráneo. Estampé la cabeza sobre la almohada otra vez y cerré los ojos con fuerza, tratando de absorber el dolor de alguna manera; como si pudiera procesar todos los malestares que atacaban mi cuerpo al mismo tiempo. Pero mientras lidiaba con el agua que aún me hacía sentir ahogada, también sentía cómo un corte producido por aquel golpe sangraba en el interior de mi mejilla. El sabor metálico de la sangre se mezcló con mi saliva y volví a escupir después.

Agente MortalWhere stories live. Discover now