Agente Mortal

CAPÍTULO 30

CAPÍTULO 30

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Silencio. Constante y abrumador silencio. Era lo único que parecía haber a mi alrededor.

Una gota fría de sudor se deslizaba por mi frente, hasta recorrer mi sien, el pómulo y terminar cayendo en el borde de mi chaqueta. Mis manos se mantenían aferradas al borde del arma, mientras mis pies avanzaban con sigilo por el oscuro pasillo. Había un ligero reflejo de luz proveniente desde el final, pero era opacado por la niebla.

Continué caminando lentamente, dándome cuenta de que un nuevo sonido aparecía: El ritmo de mi propia respiración. Escuchaba el aire escapar de mis labios pesadamente y, al poco tiempo, los enérgicos golpes de mi corazón se unieron a la sinfonía.

Las suelas de mis botas también creaban un leve sonido, pero era tan sutil que no parecía del todo real. El suelo estaba húmedo y había pequeños charcos, que dejaban un rastro de ruido al ser pisados.

—R-Russel...l —Escuché la voz entrecortada de uno de los agentes en mi auricular—. Ag-Agente Ru-ssell —La señal fallaba—. ¿C-Cuál es t...u ub...ubicación?

Intenté responder, pero, por alguna razón, no pude. Casi de manera mecánica, mis pies se detuvieron. Todo mi cuerpo se había paralizado. Ahora el eco de mis latidos era más fuerte, doloroso. Entreabrí los labios y contemplé el final del pasillo, donde el vestigio de luz aparecía.

Pero después, mis ojos se movieron lentamente hacia mi costado izquierdo, al escuchar un nuevo sonido.

La respiración de alguien más.

Presioné un poco más el dedo índice sobre el gatillo del arma y giré rápidamente sobre mis talones para darme la vuelta. Al hacerlo, me encontré con la figura de un hombre frente a mí. Vestía un uniforme de combate completamente negro y apuntaba un arma directo hacia mi cabeza. Pero eso no lo era todo.

Aquel hombre no tenía rostro.

Fruncí el ceño débilmente y los escalofríos abrazaron mi piel de una forma espantosa. Intenté presionar el gatillo, pero, una vez más, mi cuerpo estaba paralizado. La desesperación comenzó a atacarme, acelerando mis latidos como si mi corazón fuera una bestia enjaulada.

Y después, él disparó.

Esperé que el final llegara, pero lo que sucedió fue mucho peor. Cuando la bala alcanzó mi cuerpo, todo se disipó, convirtiéndose en una nube espesa y negra que me consumía por completo, helándome hasta los huesos; como veneno que surtía su efecto de una forma lenta y tortuosa.

Los sonidos y las imágenes desaparecieron. Pero yo seguía ahí, en alguna parte, experimentando el ser absorta hasta la última célula de mi cuerpo.