CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

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El Director llevaba puesta una camiseta de color negro, bajo una chaqueta negra y pantalones oscuros, de estilo militar. Además de su vestimenta, no me fue inadvertida el arma que portaba en su pierna. Supuse que no era lo único que llevaba en cuanto a defensa personal.

Pero aunque sus expresiones eran indescifrables, no lucía como alguien que buscara imponer miedo a quienes tenía frente a él. Tampoco fue lo que contemplé en los guardias que estuvieron antes con nosotros. En realidad, se trataba de respeto.

—¿Quién eres? —preguntó, finalmente.

Sus ojos grises se mantenían inmóviles sobre mí. Quizá esperaba algún ataque de mi parte, pero eso no sucedería. Lo que ardía en mí eran aquellas preguntas a las que necesitaba, a toda costa, ofrecerles una respuesta.

Pero, a pesar de mis ansias, estaba consciente de que no podía, simplemente, preguntar.

Por eso, tuve que darle otra respuesta:

—Alguien que quiere formar parte de su organización.

Ese no fue el motivo que me impulsó a hacer todo lo que hice, pero, una vez más, no podía hacérselo ver tan pronto. Sabía que, si se lo preguntaba directamente, lo menos que encontraría sería una respuesta. Y ya que estaba ahí, lo que necesitaba era ganar tiempo para encontrar lo que buscaba.

Ante mis palabras, el Director levantó una ceja.

—¿Qué te hace pensar que te permitiría formar parte de esto?

—El hecho de que logré atacar su seguridad, sola, y llegué hasta su oficina —respondí—. Si hubiese venido armada, usted podría estar muerto ahora.

En su frente se formaron sutiles líneas.

—¿Eso es una amenaza? —inquirió.

—Es lo que hubiese pasado, si así lo hubiese querido —corregí—. Sin embargo, no es el caso.

Morgan frunció el entrecejo y el hueso de mandíbula se tensó fugazmente.

—Y, ¿por qué no lo es?

—Ya se lo dije, quiero formar parte de su organización —repetí.

Un ligero hilo de silencio se tejió entre nosotros, con cierto grado de tensión; más de mi parte, que de la suya. Él parecía estar pensando en mis palabras, mientras que yo me mantenía firme en mi posición. No podía demostrar un ápice de dudas, aunque mentir jamás fue una de mis destrezas.

—¿Quién te entrenó? —preguntó después, con los párpados entornados. Sus ojos analizaban cada uno de mis movimientos.

—Mis padres —Elevé la barbilla para mirarlo bien. No podía demostrar que aquella simple respuesta me había afectado—, y otras personas.

Agente MortalWhere stories live. Discover now