2. Alucinación

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¡¿Quién mierda era este tipo?! ¡¿Y cómo entró a mi casa?!

Estuve a punto de pegar un grito, pero una mano se aferró alrededor de mi garganta a tiempo para impedírmelo.

Alcancé a oír el bufido del gato por última vez, y luego le vi huir como una bala hasta perderse en algún rincón de la casa.

Amy Masters... —murmuró el extraño que sostenía mi cuello, todavía con una sonrisa demencial en su pálido rostro. Su voz era muy profunda, imponente... Amedrentadora. Una voz que logró que un escalofrío de puro terror recorriera mi espina dorsal.

No estaba ahorcándome del todo, todavía podía respirar, pero eso no impedía que el pánico se apoderara de mí a tal punto que no podía ni moverme. Mis latidos frenéticos retumbaban en mis oídos. Estaba aterrada, terriblemente aterrada, y demasiado confundida.

Sus raros ojos grises observaron mi rostro por segundos eternos. Entonces, su sonrisa se desvaneció.

—Te haré un par de preguntas y quiero que, por tu bien, respondas con la completa verdad —continuó—. Quiero saber si eres adoptada.

Parpadeé varias veces, por miedo y desconcierto. Un jadeo tembloroso escapó de mis labios.

—¿Q-Qué?

—¡Que si eres adoptada! —bramó, con la voz ronca y la ira grabada en su expresión.

En ese momento, sentí cómo su mano se afianzó aún más a mi cuello.

—¡No! —grité, presa del horror.

Sus ojos recorrieron cada centímetro de mi rostro, con un semblante increíblemente severo.

—¿Entonces eres bruja? —insistió con impaciencia—. ¿O tienes algún familiar brujo?

A pesar de que tenía tanto miedo que lo único que quería era llorar, fruncí el ceño. No entendía nada de lo que estaba pasando.

¿Qué...?

—¿Estás sorda? —De súbito, y su labio superior se retrajo en una mueca iracunda—. ¡Responde!

—N-no... ¡No lo sé! —Me desesperé, mi respiración se aceleró de sobremanera—. ¡¿Cómo diablos voy a saberlo?!

Necesito saberlo —masculló, al tiempo que sostenía mi garganta con cada vez más fuerza.

—¿Qué te pasa? ¡No soy bruja, maldición! ¿Qué es lo que quieres...? —Mi voz se desvaneció.

Por Dios, ¡ni siquiera creía en los brujos!

Le vi apretar la mandíbula por la rabia, pero luego esbozó una media sonrisa que me aterró.

—Tal vez tu madre sí sepa...

De la nada, un chispazo se encendió en mí.

—No te acerques a ella —repliqué, con el mayor esfuerzo que pude, sorprendida por la valentía que creció en mi pecho.

—Ah, ¿no? —Sonrió en son de burla—. ¿Qué harás para impedirlo?

Tragué saliva. El terror me dejó la mente en blanco y no pude replicar. En ese momento, dominada por el miedo que corría por todo mi sistema, actué por inercia.

Utilicé todas mis fuerzas e intenté asestarle un golpe en la boca del estómago. Pero, al hacerlo, sentí una punzada en la muñeca, como si le hubiese pegado a la pared en vez de a él. El hombre frente a mí ni siquiera se inmutó; sin embargo, por fin me soltó y di un traspié al tratar de alejarme.

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