7. Primer contacto

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Me mordí el labio inferior, mientras me debatía entre si lo hacía o no.

«Te va a descubrir». Advirtió la voz de mi mente. Apreté el fajo de papel verde que tenía en la mano escondida en el bolsillo de mi delantal, y busqué con la vista a Jade.

«Podría enfadarse». Continuó la pequeña y entrometida voz.

Fruncí el ceño. ¿Estaba mal ayudar a una conocida sin decirle nada? Jade y yo no éramos muy cercanas. De hecho, de no ser porque el día anterior Diana se le acercó para preguntarle por qué se veía tan afligida, yo aún no lo sabría. Nunca fui buena empezando conversaciones, y menos aquellas que podían resultar delicadas.

Vi a mi compañera atendiendo a una joven pareja en una de las mesas cercanas a la entrada del café. No se esforzaba por mostrarles buena cara, e imaginé que se debía a la misma situación por la que estaba pasando. La había visto así la semana entera y deseaba poder ayudarla, de alguna manera. Según lo que me había dicho Diana, Jade tenía problemas financieros ya que se suponía que el padre de su hijo debía ayudarla, pero hacía ya dos meses que no sabía nada de él, por lo que estaba manteniendo al niño sola.

Entonces, cuando la observé dirigirse al baño, abrí su bolso, que colgaba del perchero junto a los otros, y escondí el dinero lo más rápido que pude. Tenía que agradecer que el señor Harper —el dueño del local— todavía no instalara cámaras de seguridad, o de otro modo hubiesen pensado que le estaba robando.

Rogué para mis adentros que Jade no pudiera descubrir quién era la persona responsable, cuando hallara el dinero, eventualmente. Así lo prefería. No me interesaba en absoluto que se enterara de que había metido dinero a escondidas en su bolso para tratar de ayudarla. La ilusión de no tener que enfrentarme a ella me aliviaba bastante. Me dispuse a trabajar antes de que alguien pudiera sospechar o pensar mal. Atendí a unas pocas personas y transcurrió un buen rato, hasta que por fin olvidé los nervios que me provocó lo que hice; era plenamente consciente de que, aun si mis intenciones no eran malas, meterme en las pertenencias ajenas no estaba bien.

Me sobresalté al sentir la vibración de mi celular en el bolsillo de mis pantalones. La brillante pantalla decía: «Dave», y automáticamente la confusión me surcó. Le pedí a Diana que me cubriera y me escondí en el baño para contestar.

—Hola, Dave —respondí al poner el aparato sobre mi oreja.

—¡Amy! ¿Qué tal?, ¿cómo va todo? —La alegría con la que contestó me hizo sonreír.

—Creo que sigo viéndome como un zombie.

Oí una risita nerviosa del otro lado de la línea.

—Para nada, siempre te ves bien. —Quise protestar, pero sabía que él seguiría diciendo lo contrario—. Oye, ¿harás algo hoy?

—Eh, no... —Fruncí el ceño. La mayoría de la gente tenía planes los sábados por la noche, pero para mí casi nunca era así—. ¿Por qué?, ¿pasa algo?

—Pensaba que podíamos ir a ver una película.

Oh...

Apreté los labios, nerviosa. No esperaba que David me invitara a salir después de no habernos visto por varios meses. Lo cierto era que hacía un buen tiempo que no salía a ningún lugar con nadie.

—O quizá podríamos dejarlo para otro día, si estás cansada —dijo, al no escuchar una respuesta de mi parte—. Es que como tengo más tiempo libre estos días...

—No —lo interrumpí—. Sería genial salir hoy.

—Ah, ¡bien! —El entusiasmo que destilaba su voz me hizo sonreír de nuevo—. Hasta las ocho, entonces.

PenumbraWhere stories live. Discover now