28. El siniestro

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—Entonces... —La voz de Nat se oyó tranquila pero cautelosa a través del celular— ahora estás plenamente consciente de que te gusta.

Cerré los ojos, apreté los labios e inspiré hondo.

—Sí —musité.

—De que te gusta, gusta —insistió, como para estar segura de lo que había oído.

Tragué saliva, porque esa sola afirmación hizo que un peso incómodo se asentara en mi estómago. Me eché hacia atrás, dejando caer el cuerpo entero sobre la cama.

—Sí... —repetí con un hilo de voz, emanando derrota.

—Pero no quieres estar con él —puntualizó.

—No.

Negué con la cabeza, como si ella pudiera verme.

—Ay, mujer —suspiró—, ¿quién te entiende?

Yo también dejé escapar el aire retenido en mis pulmones, mientras mis ojos oscilaban en distintos puntos del área blanca y lisa del techo, como una forma de distracción.

—No lo sé, Nat. —Mis labios se torcieron en una mueca involuntaria—. Ni siquiera sé por qué te estoy contando esto.

—¡Porque soy tu amiga, duh! —exclamó con tanta energía que me obligó a alejar un poco el celular de mi oído—. Es más, si no me contaras, te patearía el trasero.

—¡Pero no se supone que me alientes a esto! —Subí el tono también, porque ya las emociones que me esforzaba por contener parecían estarme ganando—. ¡Deberías decirme que estoy loca! ¡Que estoy enferma por sentir estas cosas por un...! —No pude terminar. Mis labios no pudieron articular la palabra «demonio» en voz alta. Porque todavía, a pesar de todo este tiempo y de todo lo que había pasado entre nosotros, el asentamiento de este hecho era aterrador.

Ella lo pensó un minuto antes de responder.

—Mira, no lo sé. Como que a ratos pienso que no son tan diferentes, ¿sabes? Es decir, no sé nada de nada sobre ese mundo en realidad, pero... —Se detuvo por unos segundos, y casi pude imaginarla apretando los labios o negando con la cabeza en ademán desconcertado—. Es que ellos no te hacen nada malo, sino al contrario.

—Y aun así no debería encariñarme.

—No, no deberías —reconoció con indolencia—. Pero es como decir que yo no debí enamorarme de ninguno de mis exnovios, porque me lastimaron; y eso que los putos son muy humanos. Decir eso no está bien, porque con cada uno aprendí algo distinto y me han ayudado a crecer de un modo u otro.

Me restregué el rostro con una mano, exasperada.

—Es que es más que eso, Nat...

«Él va a destruir la raza humana», susurró la desleal voz de mi mente. Por supuesto, esa parte no se la podía contar, así que me lo guardé para mí misma. En realidad, no le había dicho mucho, omití por completo revelarle la historia de Aeriele y Zeross. Únicamente debatía con ella sobre la otra parte de nuestra conversación y de mi propio descubrimiento, eso tan sobrecogedor que me llenó los ojos de lágrimas que me obligué a retener.

—Ya, lo imagino —suspiró de nuevo—. Pero igual mandaron a la mierda lo que habían hablado cuando se besaron.

—N-no, no es así. El beso solo fue... algo del momento. —Quise sonar determinada, pero más bien me escuché como si estuviera preguntándolo—. Estamos de acuerdo en que no puede haber nada entre nosotros.

—Amy —dijo con tono cansino, y casi pude percibir cómo hacía un arrebato—, habían quedado bien. Incluso te dijo iba a deshacer esa cosa que le hizo a tu alma. Si estaban tan convencidos, debieron darse la mano y tú tenías que entrar a tu casa y él debió irse. ¿Qué pasó después del beso?

PenumbraWhere stories live. Discover now