43. Ilusión

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Por instantes eternos, no fui capaz de decir nada, no fui capaz de moverme.

Por escasos segundos, sentí que no pude respirar bien.

Abrí la boca, pero de inmediato la cerré al no encontrar en mi cabeza respuesta alguna para lo que acababa de decir. Durante un corto lapso que se sintió interminable, no pude hacer otra cosa además de mirar cómo él, con el ceño hundido y un semblante que por más que traté no pude definir, apartaba la vista de mí.

—¿De... de qué hablas? —inquirí en un susurro.

Azazziel cruzó los brazos sobre el pecho y respiró hondo. Había avanzado por la habitación hasta situarse a los pies de la cama y desde ahí miraba con casi nula atención algún lugar del suelo, evitando totalmente fijar sus ojos en mi rostro.

—Hice que Asmodeo te eximiera del trato —dijo en un murmullo ronco, su tono lento y calmado, pero inflexible—. No estás obligada a hacer ninguna de las tonterías que te ordenó. Ya no debes cumplir sus estúpidas exigencias. Todo esto se terminó para ti. A partir de ahora, puedes dedicarte a rehacer tu vida, como lo era antes... —Las comisuras de sus labios se torcieron un poco—. Bueno, en lo que respecta a tu trabajo, ya no podrás volver. Siento que hayamos tomado esta decisión sin tu consentimiento, pero tuvo que ser así. Akhliss y Khaius se encargaron de manipular la memoria de todo el personal de la cafetería, y de eliminar toda prueba que pudiera implicarte a ti con el asesinato de tu compañero. Quedaste completamente libre de todo.

Mi trabajo... Ya no podía regresar al Monette's Coffee.

Mi mano viajó hasta mi pecho en un acto reflejo al pasmo y la curiosa tranquilidad que me surcó. A decir verdad, a pesar de haber visto con mis propios ojos la muerte de Paul, no había relacionado ese hecho con los asuntos humanos. Estaba aún tan dolida, tanto física como emocionalmente, tan preocupada por ellos y por mí, que ni siquiera pensé en que aquí, en la Tierra, alguien más había muerto por mi culpa. Alguien que tenía familia, pareja, personas que lo esperaban al llegar a casa.

Evidentemente, me sentí tranquila porque no se me pasó por la cabeza que la policía podía involucrarme en su muerte. Porque, desde luego, la última persona en estar con Paul fui yo. Y, encima de eso, como para empeorarlo todo, luego dejé mi turno botado. La parte cobarde y egoísta de mí estaba serena, puesto que, gracias a ellos, ya no iba a tener que pasar por un proceso judicial. Presentía que quizás no era lo más correcto, pero gracias a su influencia, yo no sería tratada como una delincuente... Pese a que la culpa de que Paul ahora estuviera muerto era mía, y me merecía cualquier castigo que se me tuviera que aplicar.

Sin embargo, a la serenidad le siguió una chispa de ansiedad.

—E-espera... ¿Libre de todo? ¿T-te refieres...? —pregunté con voz estremecida. Agité la cabeza, sin comprender—. ¿Q-qué hay con todo lo que Asmodeo me dijo? ¿Por qué decidió cambiar de opinión, así como así? ¿Qué fue lo que hablaste con él? ¿Qué hiciste? ¿Qué le diste tú a cambio?

Su expresión rigurosa no hizo más que aumentar el desasosiego dentro de mí.

—Ese no es un asunto que te incumba.

—¿Que no me incumbe? —No pude evitar que sus palabras me hirieran, más de lo que ya estaba, y se notó en mi tono. Casi de inmediato, la insidiosa voz en mi mente susurró una posibilidad que incrementó la desazón que lastimaba como una cuchilla en mi pecho—. Por favor, dime que no fue tu vida. Dime que él no va a hacerte daño.

Por fin, un sentimiento distinto cruzó su semblante, pero la reacción fue tan fugaz que no estuve segura de si en verdad pasó.

Una media sonrisa estiró las comisuras de sus labios.

PenumbraWhere stories live. Discover now