5. El pacto

11.1K 767 453
                                    

Mi mente estaba dándole vueltas a algo completamente distinto a todo lo que tenía que ver con el trabajo. Quería poder poner todos los asuntos en su lugar. Quería saber tantas cosas, y al mismo tiempo deseaba con todo mi corazón que aquel demonio, Azazziel, jamás se hubiera entrometido en mi vida.

Ya no me quedaba ninguna duda de la clase de criatura que él era. Y, aun así, todavía no lo podía creer. Incluso después de todo lo que había visto, no lo podía asimilar.

Para mí todo era distinto ahora. De la noche a la mañana había descubierto que los seres sobrenaturales existían, que sí existía un Infierno, y que los demonios —esos seres a los que muchos les tienen pavor, pero otros se burlan porque creen en el cielo, mas no conciben la idea de que la contraparte sea verdad— eran reales. No podía ni siquiera mirar a los propios clientes del café sin preguntarme si alguno de ellos no era un ser humano. No podía estar tranquila, ya ningún lugar parecía seguro. Y este no era un hecho que una persona pudiera asumir, así como si nada.

Yo, al menos, no podía.

Se me hacía demasiado difícil. Estaba casi segura de que se debía a que siempre fui un tanto escéptica, y me negaba a creer en lo que no podía comprobar con mis propios ojos. A pesar de que, superficialmente, ningún aspecto en mi vida había cambiado, sentía como si todo lo que alguna vez creí que era cierto, lo hubiesen tirado al suelo y pisoteado hasta reducirlo a nada.

No había podido dormir bien en toda la noche, porque medité hasta el amanecer todo lo que sucedió en el sótano. Porque me dediqué a pensar hasta que el cansancio me venció, en si debía aceptar o no el pacto del demonio.

Si realmente lo único que Azazziel quería era descubrir por qué sus sobrenaturales habilidades fallaban conmigo, entonces, eso quería decir que en realidad él —incluso siendo el ser que era— no suponía un verdadero peligro, ¿cierto? Además, a cambio, podía descubrir toda la verdad sobre el Infierno y el Cielo. Y, aunque no quisiera admitirlo, no podía simplemente ignorar eso. Mi ávida curiosidad no me lo permitía.

Sacudí la cabeza, porque de pronto esta idea hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Si bien siempre existió una parte de mí a la que le atraía el misterio y lo desconocido, las cosas extrañas y todo aquello que no tenía explicación, en realidad jamás fui del tipo de persona capaz de ponerme en peligro por gusto. Era curiosa, pero cobarde hasta la mierda. Tanto, que a pesar de que el demonio de alas de cuervo me pudiera ofrecer las respuestas a todas las dudas del universo, sosteniendo una promesa de no dañarme, yo no quería aceptar únicamente porque su sola presencia me aterraba.

Todavía deseaba, con todas mis fuerzas, que todo esto fuera solo una maldita pesadilla.

Diana me hizo sobresaltar cuando puso el brazo con brusquedad encima del mesón en el que yo estaba apoyada.

—¿Quieres decirme qué te pasa ahora? —soltó, con aire acusante.

Apreté los labios. Me había mantenido distraída casi toda la jornada, cosa que no podía ser considerando que atendía público, que debía recordar rostros y pedidos. Pero, simplemente, no podía hacerlo. Había contado con que Diana no se percatara de mi ánimo, como solía ocurrir varias veces.

—Psicótica. —Sonreí intentando bromear, pero su expresión contrariada me indicó que no se sentía de humor para chistes.

—¡Qué psicótica ni qué nada! No me has dicho una sola palabra en todo el día.

—Pero ¿qué...? Claro que te he hablado.

—Nada que no sea indicarme qué maldito café debo llevarle a estos tipos con el trasero pegado al asiento. No me has platicado absolutamente nada que no sea del trabajo. ¿Ya vas a decirme por qué pareces estar como en las nubes?

PenumbraWhere stories live. Discover now