12. Alma

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¿Por qué todo estaba pasando tan rápido? No podía ser una coincidencia. El que todos y cada uno de los acontecimientos sobrenaturales que se habían interpuesto en mi vida durante estas últimas semanas sucedieran casi al mismo tiempo, no podía tratarse de algo al azar, ¿o sí?

¿Qué había cambiado? ¿Por qué de pronto mi alma atraía a los demonios? ¿Por qué, de la noche a la mañana, esas malditas criaturas ya no podían acceder a mi mente como con el resto de las personas? ¿Por qué jamás había tenido contacto con aquel mundo hasta ahora?

¿Por qué tenía que sucederme esto a mí?

Siseé cuando mi padre apretó un poco más la venda sobre la herida de mi brazo. Vi cómo fulminó con la mirada a mamá por enésima vez, y ella se sorbió la nariz.

—Basta —le pedí a él en un murmullo—. No fue su culpa.

—¿Que no lo fue? —acusó entre dientes.

—Frank... —susurró mamá.

—¡Esa chica está enferma! —exclamó él en su dirección—. ¡Y dejaste a mi hija sola con esa lunática!

Ella tensó los labios, que volvieron a temblarle por querer contener el llanto.

—Mamá no tuvo la culpa —mascullé tratando de no gritarle, aunque el dolor, el miedo y el enfado que sentía no me acompañaron—. Claire estaba atada por seguridad y yo la desamarré. Deja de regañarla.

—¿Entonces me desquito contigo? —inquirió con hosquedad, entrecerrando los ojos. Su rostro estaba rojo por la impotencia.

—Bien... —musité, bajando la mirada para no parecer altanera, y esperé por el sermón.

Sin embargo, él se limitó a juntar los párpados con fuerza, para luego restregarse el rostro con las manos en un ademán brusco. Se alejó de mí para pasearse por la habitación como león enjaulado y respiró hondo, antes de dejar la vista clavada en el suelo.

—No sé en qué diablos pensaban —dijo por lo bajo—. Lo lamento por esa chica, de verdad, pero que yo sepa ustedes no pueden hacer milagros. Lo que ella tiene no se le quitará. Simplemente dejen a esa familia en paz, no hay absolutamente nada que ustedes puedan hacer por ella.

Apretó los labios y meneó la cabeza. Alternó la vista entre mi madre y yo, pero terminó fijando los ojos azules, endurecidos por su expresión, por más tiempo sobre mí. Volvió a suspirar —perdí la cuenta de las veces en que lo había hecho desde que llegamos— y salió de su propia habitación. No pasé por alto que sacó una cajetilla de cigarrillos que estaba sobre la cómoda, antes de cruzar la puerta. Arrugué el ceño. Mi padre sólo fumaba en dos ocasiones: en eventos donde el resto de los invitados también fumaran, o cuando estaba demasiado enfadado. Y vaya que lo estaba.

Mi madre mantenía los ojos lacrimosos viendo hacia la ventana. También había algo de molestia en su semblante, a pesar de mostrarse abatido por la pena. Era entendible que se hubiera enfadado conmigo igual. Fue culpa mía que todo se saliera de control.

Fue culpa mía que el demonio casi acabara conmigo.

Sentí un escalofrío involuntario y me puse de pie para alejar el recuerdo de esos ojos amarillos en el rostro de Claire. Gruñí por lo bajo, mirando la venda de mi brazo derecho. La herida que me dejó la mordida del demonio ardía muchísimo, se sentía como si tuviera incrustados fragmentos de metal caliente en la piel, o algo similar. Quemaba como tal.

—Mamá... —musité, y ella se giró hacia mí—, l-lo lamento.

—No, cielo —dijo apartándose de la ventana y abrió los brazos en mi dirección—, yo lo lamento. Fue una estupidez obligarte a ir allá. —Me acerqué a ella y dejé que me abrazara, aunque tuvo cuidado con mi brazo—. Joane tenía razón, fui una idiota al creer que había una alternativa. —La voz se le quebró—. E-es sólo que... es mi amiga, ¿entiendes? La vi tan mal que..., no lo sé, sólo quise hacer lo que fuera para... —sollozó.

PenumbraOù les histoires vivent. Découvrez maintenant