20. Euforia

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La sala de estar de mi casa se encontraba completamente a oscuras. Lo único encendido era la televisión, resplandeciendo en la negrura e iluminando los rostros de mis padres, quienes estaban abrazados en el sofá y cubiertos con una frazada.

Mi madre pegó un pequeño grito en el momento en que carraspeé, un acto que parecía ser adecuado con la banda sonora —en un volumen molesto— de la tele. Me di cuenta de que estaban viendo una película de terror y me cubrí la mitad de la cara con una mano para no fijarme en la pantalla. Les dediqué una sonrisa forzada luego de que mi padre me ofreciera comer de los panecillos que mamá había preparado. Aunque en realidad sentía el estómago tan apretado que no tenía hambre, accedí para no herir los sentimientos de ella y para tranquilidad de él, y me comí tan solo uno. Me hicieron fácil la tarea de fugarme lo más rápido posible al segundo piso, puesto que ellos eran muy conscientes de cuánto detestaba las películas de miedo, por lo que no protestaron cuando los dejé solos.

Llegué al pasillo de arriba arrastrando los pies y, con la inseguridad a flor de piel, entré a la recámara de mi hermano, cuya puerta estaba medio abierta.

Desde la posición sentada en la que se hallaba, encima de su cama deshecha, Anthony levantó la cabeza. Se puso de pie en un movimiento brusco y le vi apretar los puños. Tensó los labios y respiró hondo por la nariz; su ceño fruncido y la forma en la que estrechó los ojos, me dieron a entender que estaba bastante molesto.

—Solo te diré una cosa, Amy —dijo con los dientes apretados—: no te metas en mis asuntos, y yo no me meteré en los tuyos.

Fruncí el entrecejo, sin tener la menor idea de a qué venía eso.

—¿A qué te refieres?

—No te hagas la tonta —casi gruñó—. ¿Qué mierda fue lo que le dijiste a Jess?

—¿A Jess? —Agité la cabeza, perdida por completo—. ¿Cuándo rayos...? —Dejé la pregunta en el aire cuando el recuerdo de Jessica, desconsolada y borracha, me golpeó con la rapidez de un parpadeo—. Oh...

—¿Ya te acordaste? —inquirió alzando una ceja, aún con la irritación predominando su semblante—. Por tu culpa Jess no me responde las llamadas, ni me abre la puta puerta de su casa.

—Oye, eso no es culpa mía —repliqué, igualando su tono—. Yo sólo le dije lo que pensaba. Además, la forma en la que juegas con esa chica está muy mal, Anthony.

—¿Y desde cuándo eres su psicóloga? ¡No es tu puto asunto! —exclamó apretando los puños y, en seguida, me apuntó con un dedo—. Y si no quieres que les diga a los viejos lo que escondes, entonces no vuelvas a hablar con ella.

Sentí una punzada de alarma, pero la empujé lejos de mí de inmediato. Era imposible que Anthony tuviera siquiera una mínima idea sobre el maldito enorme problema en el que estaba metida.

—¿Y qué se supone que escondo? —pregunté cruzándome de brazos.

—Sé que estás saliendo con alguien —dijo con toda convicción, y, por alguna razón, sentí una corriente de hielo recorrerme la espalda, aunque eso no era para nada cierto—. ¿Quieres que les diga? Porque lo haré si vuelves a meterle cosas en la cabeza a Jess.

No pude evitar soltar una leve risa. Aunque tal vez fue de puro nerviosismo.

—Para tu información, no salgo con nadie.

—Mentirosa —porfió, esbozando una sonrisa que, no supe por qué, me hizo sentir insegura.

Sacudí la cabeza.

—No tienes idea de nada, Anthony.

—Ah, ¿no? Porque Diana me contó que el otro día te encontró afuera del trabajo con un tipo que ella nunca había visto.

PenumbraWhere stories live. Discover now