19. Impulsos incontrolables

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—Amy... —La voz de Claire fue apenas un susurro.

Sus ojos estaban abiertos de par en par, y el pasmo estaba escrito en sus finos rasgos. Me percaté de que no llevaba puestos sus lentes. ¿Acaso estaba usando de contacto?

Abrí la boca en un intento por responder, pero me había quedado tan atónita que nada salió de ella.

—Estás... bien —continuó con un leve matiz de asombro, y entonces una tenue sonrisa se extendió por su rostro.

—Y-yo... —musité, frunciendo el ceño—. Sí, estoy bien.

—Pero ¿cómo? —Agitó lentamente la cabeza y su vista bajó al suelo, como si un recuerdo repentino hubiera cruzado su mente—. Ese día...

¡Amy! —El alarido de mi madre llegó hasta nosotras, sobresaltándonos—. ¿Quién es?

Mis ojos se abrieron por puro histerismo.

—Necesito hablar contigo —me dijo Claire en un murmullo, también visiblemente nerviosa—. ¿Crees que puedas salir un rato?

Apreté los labios. Siempre fui terrible para las salidas improvisadas. Se me daba tan mal mentir que ni siquiera hacía el intento. Pero, por otro lado, ya cargaba con suficientes mentiras hacia mi familia estas últimas semanas.

Y yo también quería hablar con urgencia con ella.

—Aguarda —le dije.

Claire asintió y se colocó la capucha de su chaqueta gris sobre la cabeza. No pude evitar preguntarme por qué se había dejado el cabello tan corto, aunque realmente eso no era importante.

Me dirigí hacia la cocina, donde justo mi madre preparaba algo para más tarde, quizá pan u otra cosa así, puesto que tenía manchas de harina en la ropa y una gran bola de masa pegajosa en las manos.

—Voy a salir, mamá —dije en voz baja, y ella giró la cabeza hacia mí—. Iré a dar una vuelta.

Dejó de amasar y me miró con el ceño fruncido.

—¿A dar una vuelta? —inquirió con cierto dejo de suspicacia—. ¿Con quién?

—Con Claire.

Sus ojos marrones se abrieron y detecté la sorpresa en sus facciones. De inmediato se lavó las manos en el lavaplatos y, sin buscar con qué secárselas, avanzó hasta pasar por mi lado, en dirección a la entrada.

Alcancé a darme cuenta de que la chica de pelo rizado —ahora demasiado corto— que me esperaba en el pórtico, se tensó en el momento en que se dio cuenta de que mi madre quería verla.

—¡Claire! —exclamó mamá rodeando los brazos alrededor de ella. Cuchicheó un par de cosas sobre lo bonita que se veía con su nuevo corte y el peso que había ganado, además de que lucía más descansada.

Claire respondía a todo con una sonrisa y asintiendo. Dijo que «Sí» incluso cuando mi madre le preguntó si es que tenía permiso de salir de casa, pero su tono me causó una ligera sospecha. Dudé de que en realidad Joane estuviera enterada de que ella estaba aquí. A mi madre, sin embargo, la convenció con facilidad.

—Quiero que se cuiden, entonces. Cuida mucho a Claire, ¿de acuerdo? —me dijo ella, forzando un tono severo que no le salió bien, porque al parecer estaba demasiado contenta. En seguida, me guiñó un ojo y se acercó a mí, agregando con inusual entusiasmo—: A tu padre no le gustará esto cuando se despierte de su siesta.

Arrugué el ceño, con cierta extrañeza. ¿Cómo era posible que le alegrara más que a mí el que saliera? Lo penoso era que, cada vez que llegaba más tarde de lo normal a casa, ella pensaba que era porque estaba afuera divirtiéndome... cuando la realidad era bastante distinta.

PenumbraWhere stories live. Discover now