35. Temor

8.2K 663 430
                                    

No estaba segura de cómo había llegado a la casa de Nat. Tampoco tenía idea del por qué ahora estaba recostada en la cama la habitación que Khaius me había enseñado la otra vez, esa en donde él mencionó que Nat quería que fuera para mí. Pero era lo de menos.

En esos momentos, eso no importaba.

Podía con los moratones. Podía con las magulladuras, con las antiestéticas costras y las heridas en mi piel, y estaba segura de que, de haber tenido algún hueso roto, habría podido también con ello. No fácilmente, desde luego, pero me las hubiera arreglado.

Sin embargo, con lo que Mabrax y Naamáh les hicieron a mis amigos, con eso no. Con todo lo que dijeron para humillarme y hacerme sentir como la mierda, con eso sí que no podía.

No comprendía la revelación de Mabrax, aquello de que le había contado sobre mí al tal Asmodeo, porque en el instante en que lo mencionó, los demonios a mi alrededor se alteraron. Y eso sólo parecía significar que, lejos de habernos liberado de un problema, nos habíamos adentrado en uno mucho mayor.

No aguanté la realidad de que yo causé la muerte de mis padres. Simplemente, no podía. Hubiera preferido tener cada uno de mis huesos rotos a saber la verdad. Cerré los ojos con fuerza, sintiendo un intenso pesar en el centro de mi pecho, diferente de todo lo físico pero que, de algún modo, dolía más. Mucho. Porque la culpa y el sentimiento de pérdida eran peores, dañinos y más nocivos que cualquier malestar del cuerpo.

Escuché cómo la puerta de la habitación se abría.

Sabía que no podía ser Akhliss ni Azazziel, porque ninguno de los dos se encontraba en la casa. Ambos estaban resolviendo el asunto de Diana y Dave, insertando recuerdos falsos en sus mentes para que no pudieran recordar absolutamente nada sobre lo que vieron en aquel almacén abandonado, así como también de Claire que, hasta donde sabía, tenía dos costillas rotas por el golpe que Mabrax le dio. Sabía también, que Joane había acudido a la policía cuando su hija no llegó a casa, y que ahora mismo existía un tremendo embrollo porque Claire estaba en el hospital. Por ende, estaba al tanto de que ambos debían de solucionar muchas cosas, y que lo más probable era que tardaran bastante.

Diana y Dave no tenían mayores daños, y eso era lo único que, de cierta manera, me tranquilizaba. Pero el haberlos visto de aquel modo, desesperados y angustiados en formas que seguramente ellos no comprendían, superaba mi capacidad de tolerancia. Y a mí nadie me podía modificar los recuerdos. Yo tenía que vivir con esas imágenes en mi mente. Con el asentamiento de que todo ese temor y congoja por la que tuvieron que pasar fue por mi culpa.

Un suspiro escapó de mis labios, en el instante en que sentí cómo la cama se hundía detrás de mí con el peso de Nat. Sabía que era ella, dado que no había más opciones por ahora. Y porque no percibí ninguna presencia gélida demoníaca en la habitación, sino calor humano.

Nat pasó una mano por mi cabello en un gesto cuidadoso y cariñoso. Una diminuta parte de mí se contentó con aquella muestra de afecto, pero al mismo tiempo me hizo sentir miserable.

—Ams, ¿estás despierta? —preguntó en un tono muy bajo. Moví ligeramente la cabeza en un asentimiento débil—. Qué bien, acabo de ordenar comida. ¿Quieres que te traiga?

—No tengo hambre —musité con la voz enronquecida. Percibí la aspereza dolorosa en mi garganta, como si acabara de tragar agua de mar.

—Bueno... Está algo silencioso por aquí. ¿Quieres escuchar música? Tengo un parlante, si lo conecto a tu celular puedes...

Antes de que ella terminara de hablar, una ligera capa de humedad ya había logrado formarse en mis ojos. Entonces, sin que pudiera evitarlo, lágrimas calientes e incontrolables comenzaron a descender lentamente por mis mejillas.

PenumbraWhere stories live. Discover now