34. Las consecuencias

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Hacía mucho frío.

Un dolor lacerante y sordo golpeteaba una y otra vez contra mi cráneo. Pero lo que más me lastimaba, desde aquella perspectiva negruzca de la que no podía salir, era el descomunal frío que me envolvía...

La oscuridad de la inconsciencia todavía se ceñía a mí cuando, poco a poco, comencé a percibir lo que estaba ocurriendo a mi alrededor.

Se oía un llanto. Un sonido débil y apenas perceptible. Había alguien más que estaba insultando, una voz masculina pero llena de miedo. Una tercera voz, una que no pude reconocer en mi estado de dolor y letargo, llegó a mis oídos como un quejido inestable y bajo. Un lamento que en realidad era mi nombre.

Alguien me estaba llamando.

Hice un esfuerzo desmedido por separar los párpados. Apenas pude, solo fui capaz de percibir un paisaje borroso y poco claro por un breve lapso. Me percaté de que sentía el derecho más dolido e hinchado que el izquierdo, y no lo podía abrir correctamente.

Mi vista tardó un par de segundos en estabilizarse, y logré por fin distinguir todo a mi alrededor.

Me hallaba sentada en un suelo de concreto, con la espalda pegada a algo frío y duro. El sitio en el que estaba era muy amplio y olía mal, como a basura, y me atrevía a decir que apestaba a una nauseabunda y extraña mezcla entre cigarrillos, alcohol y marihuana. Había unas cuantas estructuras metálicas que iban desde la base del piso hasta el alto techo, como columnas. Parecía que nos encontrábamos en una clase de caja gigantesca; debía de ser una especie de bodega industrial, abandonada, probablemente, a juzgar por el visible descuido del lugar. Tal vez era utilizada para hacer cosas ilegales, por la peste. Fuera lo que fuera, eso era lo de menos ahora.

Lo que realmente hizo que el letargo se disipara de mi cuerpo fue distinguir, en medio de la oscuridad del lugar, a Diana y Dave atados a una columna a un par de metros lejos de mí. Y en otra, estaba Claire, amarrada del mismo modo que ellos.

Instintivamente quise inclinarme hacia delante, pero no conseguí moverme ni un centímetro porque algo me mantenía fija en mi lugar. De hecho, el movimiento me provocó un dolor agudo en varios lugares del cuerpo. Bajé la vista hacia mí misma, y pude advertir las sogas gruesas que oprimían mi torso sin ningún cuidado contra una columna, también.

El jadeo lejano de alguien me hizo reaccionar.

Amy... —La voz cargada de temor de David llegó a mis oídos, y levanté la cabeza para mirarlo.

—¿Qué carajos está pasando? —preguntó Diana, a nadie en particular. Solo giraba la cabeza hacia todos lados, viendo a su alrededor con ojos grandes, llorosos y asustados—. ¿Quiénes eran esos tipos? ¿Qué es lo que quieren? —Fijó la vista en mí. El miedo que vi grabado en su expresión me hizo sentir impotente.

Quise responderle, quise decirle lo que fuera con tal de aminorar aquel semblante, pero cuando traté de hablar, sentí la vibración de mis propias palabras sofocadas contra algo que me impedía mover los labios. El sopor me hizo tardar en percatarme de que había una especie de cinta adhesiva en pegada a mi boca.

En ese momento, pude darme cuenta de que el lamento bajo y angustiado provenía de Claire. Su cabeza estaba tan agachada que no podía ver su expresión, sólo noté cómo sus hombros se sacudían por los espasmos de su llanto.

Un murmullo ahogado por la cinta adhesiva de mis labios fue todo lo que pude proferir, y la impotencia ganó más terreno en mi pecho. Traté de luchar contra las cuerdas gruesas que envolvían mi cuerpo, pero lo único que logré fue que el roce del material áspero con el que estaban hechas me hiciera daño.

PenumbraWhere stories live. Discover now