4. Esencia del alma

9.3K 798 434
                                    

En lo que a mí constaba, esto no era una ilusión.

Ni espejos, ni palabras de invocación, ni sangre de animal o mía, ni la ouija, ni ninguna de esas porquerías. No necesité nada de eso. Él se había aparecido frente a mí únicamente por decir su nombre.

El demonio me miraba con los ojos entrecerrados, sin moverse. Sus alas negras —tan grandes que rozaban el suelo—, en cambio, hacían ligeros movimientos casi imperceptibles, como si fueran un apéndice totalmente ajeno de su cuerpo. En ese momento, pude percatarme de que, en la parte superior de ambas, justo en el punto en que se doblaban hacia abajo, un pequeño hueso sobresalía en punta, como si fueran diminutos cuernos.

Todavía no pronunciaba palabra alguna, y yo, por otro lado, no fui capaz de decir nada más. Él se limitó a mantener los brazos cruzados sobre el pecho, sosteniendo mi mirada. Irradiando un halo de peligro, amedrentador y arrogante.

—¿Me llamaste para quedarte viéndome como idiota? —inquirió de pronto, en un tono tan hosco y frío que una corriente de hielo recorrió mi espalda.

Me aclaré la garganta. No estaba segura del tono con el que saldría mi voz.

—Y-yo...

—Ésta es —me interrumpió—, sin duda alguna, la invocación más absurda que haya acontecido jamás.

Me mordí el labio inferior, y no pude evitar bajar la vista. El timbre duro de su voz me hizo sentir como si me hubiesen abofeteado.

Hubo otro momento de silencio. Definitivamente, no había premeditado lo que le diría con exactitud, porque hasta hacía unos minutos atrás tenía la certeza casi absoluta de que mi pequeño experimento no iba a resultar. Y lo hizo, pero ahora no tenía idea de qué decir. No sabía cómo hablar con él.

—Pero funcionó —murmuré, tan bajo que no estuve segura de que me oyera.

—No, no funcionó —aclaró. Alcé la vista y me encontré con su mirada severa—. Yo jamás me fui.

Mi mandíbula se abrió con sorpresa.

¿Qué...?

—Te lo dije —replicó en tono seco—. No puedes echarme si no quiero irme.

—P-pero... —vacilé—. Esa sensación... y los aparatos...

—Solo me esforcé por ser más discreto.

Un jadeo estremecido escapó de mis labios. Él nunca se fue. No dejó de vigilarme como llevaba haciendo desde quién sabía cuánto tiempo.

Tragué saliva.

Otro silencio, aún más tenso e incómodo que el anterior, se instaló en el ambiente.

Mi respiración se mantenía relativamente normal, sin embargo, no podía lograr que mis latidos cesaran su ritmo acelerado. Esta sensación de quedarme sin habla me hizo recordar remotamente mi tiempo en el instituto, donde se me daba tan mal hablar frente a todos.

Se sentía casi idéntico, por lo que mi mente trató de apartarla con rapidez y repulsión.

—¿Qué es lo que quieres? —exigió. Me pareció haber notado un cambio en el tono de su voz, pero no pude estar segura—. ¿Para qué me llamaste?

De nuevo, me aclaré la garganta.

—Lo que dijiste... —Negué con la cabeza, para poner en orden mis palabras—. Cuando te pregunté qué querías... Tú dijiste que yo... que yo te había desafiado.

Sus ojos entrecerrados se movieron de arriba abajo, escrutándome.

—Sé lo que dije.

Apreté los labios e inspiré de nuevo, pero aun así tartamudeé.

PenumbraWhere stories live. Discover now