10. Muestra de poder

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Las palabras resonaban como torbellino en mi cabeza:

«Porque quería. Nada más que por eso. Siempre hago lo que quiero».

¿Porque quería? ¿Quería qué? ¿Ver si yo le devolvía el beso o me apartaba? ¿O si me quedaba quieta igual que con David? ¿Quería corroborar si el contacto resultaba doloroso? ¿O si empezaban a salirnos chispas y uno de los dos se prendía en fuego?

O, simplemente, quería comprobar que mi autocontrol no era tan fuerte como parecía ser, y que en el fondo él sí lograba hacerme flaquear...

«No, de ningún jodido modo», la voz de mi mente se oyó determinada.

Era imposible. No por alguien como él.

No por algo como él.

No comprendía el significado real de sus palabras, mucho menos considerando lo que el pequeño demonio me había revelado ese día y que luego él mismo me confirmó. Y es que, si de verdad Azazziel detestaba tanto a los humanos, ¿por qué me había besado entonces?

La vibración de mi celular me hizo sobresaltar, aunque agradecí la distracción. Mis pensamientos ya habían comenzado a tomar un sendero demasiado difuso y oscuro.

Saqué el aparato del bolsillo de mis pantalones y leí con ligero desconcierto el mensaje que había llegado:

«Merecemos un descanso, Ams. ¿Quieres salir mañana?».

El breve texto era de Nat, y estaba acompañado de un montón de emoticones de bebidas y comida. Eso me arrancó una sonrisa mientras sentía crecer un calor ajeno pero agradable en mi pecho. Me costaba asimilar el que había hecho una nueva amistad, sobre todo, si tomaba en cuenta el escaso repertorio de personas a las que podía llamar amigos... Y por mi estúpido temor a conocer gente nueva.

De súbito, un brazo se puso en frente de mí, impidiéndome cruzar la puerta de la cafetería para irme. Alcé la vista para encontrarme con la mirada inquisitiva de Diana.

—No camines mientras miras el celular —me reprendió con una expresión impasible—. Te caerás, ya sabes lo torpe que eres.

Torcí el gesto mientras que metía el teléfono en el bolsillo de mi chaqueta.

—Vaya, te agradezco la preocupación —repliqué, evitando su mirada—. Pero igual me caigo todo el tiempo, así que... —Me encogí de hombros e intenté quitar su brazo de la puerta para poder avanzar.

Ella se resistió por un instante, pero luego lo dejó caer.

—¿Con quién hablabas? —inquirió con tono frío, al tiempo que las dos salíamos de la cafetería.

Cuando la miré, esbozó una sonrisa tan falsa que, no supe por qué, me provocó un poco de coraje.

Inspiré aire por la nariz para darme valor; sabía que tarde o temprano tendría este extraño confrontamiento.

—C-con Nat —musité. Deseé saber su nombre completo.

Frunció el ceño con evidente confusión.

—¿Cuál Nat?

—La chica con la que fui a almorzar el otro día.

—¿La gótica enana esa? —Arrugó la nariz.

—Diana...

Cruzó los brazos sobre el pecho.

—Últimamente andas mucho con esa tipa —dijo. Su tono de recriminación me incomodó—. Y no me has hablado absolutamente nada de ella. Ni siquiera me dijiste lo que hablaron ese día.

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