41. Crueldad desatada

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En el primer instante, lo primero que mi vista alcanzó a distinguir fue el centelleo de frenesí en el único ojo azul de Naamáh; y lo segundo fue la sonrisa casi demencial que esbozó. En el siguiente momento, conseguí avistar cómo Hythro se abalanzó en mi dirección a una velocidad sobrehumana.

El miedo tardó sólo una fracción de segundo en difundirse por mis venas, pero fue tan fugaz que apenas pude apreciarlo, porque el demonio no logró llegar hasta mí. A mitad de su trayecto, a apenas un par de metros de distancia entre él y yo, otra figura —impresionante, veloz e imponente— se interpuso en su camino.

Casi no pude visualizar su movimiento. Casi no fui capaz de distinguirlo, de no ser por esas sorprendentes alas negras suyas.

Estallé en mi propio pánico cuando Azazziel aferró a Hythro de su cuello.

—La tocarás sobre mi cadáver —masculló.

Hythro crispó el rostro en una mueca dolorida y murmuró algo que no fui capaz de escuchar, antes de que Azazziel ejerciera su fuerza sobre él y terminara azotándolo contra la superficie del suelo.

Se escuchó un crujido y un grito de horror se construyó en mi garganta, mientras retrocedía involuntariamente.

Fue en ese instante que Naamáh se convirtió en una humareda de color negro para aparecerse justo delante de mí. Pero entonces, la figura de Akhliss surgió en frente de la nada, de la misma forma que ella, y alzó una mano para agarrarla de su cabello con brutalidad.

—No te atrevas, maldita —siseó.

Naamáh gruñó. Se giró ignorando su propia dolencia y, con una fuerza y velocidad titánicas, golpeó a Akhliss en el estómago. Cuando el dolor la hizo soltarla e inclinarse hacia delante, Naamáh aprovechó de volver a estrellar su puño contra ella, esta vez en su rostro.

El pulso se me disparó.

—¡No! —grité, pero el miedo puro que estalló en mi sistema fue tan descomedido, que lo único que pude hacer fue echarme hacia atrás. Mi temor era tan crudo que precipitó mi respiración en un santiamén, agitándome, pero manteniéndome estática a la vez. Sin poder hacer nada más que observar la escena violenta que se desarrollaba frente a mí.

No podía observarlos a todos al mismo tiempo. Mi vista se desvió de Akhliss hacia la pugna brutal entre Hythro y Azazziel. Con los ojos abiertos hasta la desmesura, sentí el pánico crecer al ver a ambos demonios propinándose golpes, puñetazos en el rostro, en el torso, dándose patadas y aplicándose entre ellos complejas llaves de fuerza en el cuello que parecían tener un solo fin. No para resistir más tiempo en la pelea, sino para matarse directamente. Las escleróticas de todos los demonios se habían teñido con el color de la sangre.

Mi atención regresó a las diablesas frente a mí, que forcejeaban con furia entre ellas. De pronto Naamáh sacó una daga escondida del interior de la parte baja de su vestido y torció su torso. Con la mano elevada en el aire, y el arma empuñada con fuerza, lo hundió en la pierna de Akhliss.

La herida que le abrió rápidamente comenzó a derramar aquel espeso líquido negro. El dolor la hizo soltar un quejido ronco, y luego sus brazos dejaron de apresar a Naamáh para poder retirar el filo del arma de su pierna.

De inmediato, ella clavó su vista furiosa en mi rostro.

Di un paso atrás cuando, súbitamente, otro cuerpo se situó delante de mí, como si fuera un escudo. No pude evitar la punzada de lástima que me surcó al ver tan de cerca de nuevo las heridas de Khaius, quien respiraba agitadamente, como si el sólo estar ahí de pie ya le resultara el trabajo más arduo del mundo.

PenumbraWhere stories live. Discover now