32. Teorías inquietantes

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«¡Empújalo! ¡No puedes permitirle esto después de lo que dijo!».

El grito de mi cabeza no se detuvo mientras era cada vez más consciente del peso de su cuerpo sobre el mío.

«Viene de estar con alguien más», insistió la voz, ahora malintencionada. «¿Por qué crees que no trae camisa? ¡No seas idiota!».

Y por un doloroso segundo, le encontré la razón. Tan solo esas palabras de mi consciencia fueron suficientes para que la rabia y el resentimiento que tenía contra él volvieran a aflorar.

Empleé algo de fuerza para tratar de alejarlo de mí. Sin embargo, las manos de Azazziel levantaron las mías por encima de mi cabeza y las mantuvo ahí firmes. Murmuré una protesta que fue silenciada por sus labios y una oleada de calor, una muy diferente de la ira, recorrió mi sistema. Un calor tan ardiente que superó al de antes y lo sofocó.

El corazón se me disparó a un ritmo desbocado y alarmante.

«Esto no está bien. ¡Aléjalo!», volvió a chillar la voz, pero se oyó débil y lejana, porque en lo único que podía concentrarme era en el roce suave y cadencioso de sus labios sobre los míos.

Sus piernas estaban abiertas a cada lado de mí. No me aplastaba, puesto que él cargaba con la mayor parte de su cuerpo y su peso, pero aun así podía ser plenamente consciente de cómo iba a acercándose cada vez más. Centímetro a centímetro, lento, como si tratara de tener cuidado conmigo. Por alguna razón, no quise eso. No quise que me tratara como si fuera algo que pudiera romper con facilidad, a pesar de lo consciente que era de esa posibilidad.

Con la rabia y el resentimiento combinados en el calor que crecía dentro de mí, le devolví el beso con arrebato. Con un ímpetu que rara vez solía brotar en mi interior. Un gruñido reverberó desde lo más recóndito de su garganta, y entonces profundizó el contacto.

El aire me faltaba cuando se apartó ligeramente. Lo miré con los ojos muy abiertos, y descubrí un brillo extraño en la plata derretida de sus iris. Un viso oscurecido y atrapante, uno que hizo que mis entrañas se apretaran con anticipación. Volvió a inclinarse hacia mí. Creí me besaría de nuevo, pero en ese instante sus dientes atraparon mi labio inferior y tiraron suavemente de él. Eso envió una corriente eléctrica por todo mi cuerpo, una energía tan devastadora que me desarmó por completo.

Un sonido corto e involuntario se me escapó, y él esbozó una sonrisa perversa.

—Qué sensitiva —dijo en un susurro ronco y agitado—. Me agrada.

Depositó un beso suave y fugaz en mis labios. Quise decir algo, quise aferrarme con porfía al atisbo de enfado y encono que aún le tenía, pero nada tocó mi mente. Ninguna respuesta agresiva o algo para hacerlo enojar a él también.

Mi respiración estaba excesivamente acelerada. Mi pecho subía y bajaba de forma extraña, sin que pudiera controlarlo. Él volvió a sonreír, como si mis reacciones en verdad le estuvieran gustando.

Se acercó una vez más a mi rostro. Su boca rozó con lentitud la línea de mi mandíbula hasta mi oído.

—¿Sigues molesta? —inquirió en un murmullo, en son de burla, y luego mordió el lóbulo de mi oreja con algo de fuerza. Apreté los labios, tanto por el ligero dolor y el cosquilleo que me provocó en el estómago, como por su intención de provocarme.

Su boca comenzó a descender lentamente mientras iba dejando una estela ardiente de besos húmedos por mi cuello. Mis entrañas se apretujaron con violencia. Mis ojos se cerraron involuntariamente cuando sentí cómo él deslizaba la lengua por mi clavícula. Un ardor acelerado, sofocante y desconocido comenzó a tejerse en la parte más profunda de mi vientre. Un fervor que nunca había sentido antes, tan intenso que casi podía imaginar cómo una llama de fuego se prendía en mi interior. Destructivo e impetuoso, abrasador y sublime como el mismo.

PenumbraWhere stories live. Discover now