11. Algo maligno

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—¿Lista para la revelación? —Su pregunta me provocó una carcajada. Ella quitó las manos que cubrían su rostro—. ¡Ta-da!

Abrí mucho los ojos. Sin una gota de maquillaje, Nat podía pasar fácilmente por una chica de quince o dieciséis años. A pesar de eso, su rostro se veía muy bonito, aniñado, pero joven y reluciente.

—Te ves bien así —dije con una sonrisa.

—Gracias —murmuró torciendo el gesto—, pero con esta cara no puedo entrar a los antros.

Volví a reírme, pero el gesto se desvaneció en cuanto mis ojos se desviaron una vez más hacia sus manos.

«No las mires. No las mires. No las mires».

Escondí la cara en la taza que tenía entre mis manos y bebí un poco más del té de manzanilla que ella había preparado para mí, para no continuar viéndolas.

Nat estaba usando una camiseta negra con un estampado de un grupo de rock, que le quedaba tan grande que casi parecía un vestido corto. La prenda dejaba ver completamente sus brazos delgados, y yo no pude evitar fijarme en el pequeño tatuaje de mariposa azul en su antebrazo derecho... Así como tampoco pude ignorar las cicatrices que surcaban la piel sobre las venas de sus muñecas.

Reprimí el fuerte deseo de reprenderla y preguntar por qué motivo había atentado contra su vida de ese modo, pero decidí que mi curiosidad debía tener un tope. Además, yo no era nadie para juzgarla, mucho menos considerando por todo lo que tuvo que pasar. Lo único que me animaba a no indagar en el tema, era que las marcas parecían bastante curadas, tanto que apenas se distinguían del tono claro de su piel, como si lo hubiera dejado hace ya mucho tiempo.

—Parece que ya estás de mejor humor, pequeña fiera. —Le oí decir, al tiempo que ella también bebía un sorbo de su té.

Entorné con la mirada y le levanté el dedo corazón, a la vez que le sonreía. Alzó las cejas con diversión y me sacó la lengua.

—Déjame en paz —intenté sonar malhumorada, pero, para su satisfacción, ya me estaba riendo.

Se entretuvo mientras me observaba luchar con los palillos de madera, intentando agarrar la comida de la cajita blanca apoyada sobre mis muslos.

—No puedo creer que nunca hayas comido comida China antes —dijo con fingida indignación.

—A mis padres no les gusta —expliqué—. Y la apariencia se me hacía un poco extraña. —Logré meter un bocado en mi boca, con torpeza. Cerré los ojos mientras me deleitaba con el exótico sabor—. Pero admito que sabe bastante bien.

—Por supuesto, tengo buen gusto hasta para la comida. —Agitó su corta melena con una mano en un gesto altivo—. Yo siempre pido comida a domicilio. No soy buena cocinando.

Se encogió de hombros, como si eso fuera un aspecto que no le importara en lo más mínimo. Sonreí.

—Parece que compartimos el terrible mal de la falta de habilidades culinarias.

Mi comentario la hizo reír de nuevo.

Hacía ya un rato que conseguí disipar mi enojo, más o menos cuando me bajé del taxi y me distraje viendo el sitio al que me había traído. El viaje duró casi media hora, y el apartamento se encontraba en un barrio que yo jamás había pisado antes. Aunque, a primera vista —considerando que era de noche—, no parecía un mal sector.

El piso que Nat compartía con Ian, su exnovio —un joven que, hasta donde ella me había contado durante el camino, era seis años mayor que ella, que trabajaba de vendedor y en sus ratos libres era DJ—, estaba justo en la mitad del edificio, y tuvimos que subir por las escaleras porque el ascensor estaba fuera de servicio. Lo primero que me llamó la atención fue una caja negra junto a la entrada con incontables botones, que parecía un enorme tocadiscos que, supuse, pertenecía a Ian. Las paredes eran de color claro, sin ningún cuadro o adorno en absoluto. Había un sillón marrón y un sofá blanco en el recibidor, una tele grande en frente y en el mismo mueble que la sostenía pude ver una consola de PlayStation. El lugar estaba ligeramente desordenado, con algo de loza sucia y una que otra prenda de hombre tiradas por ahí, pero Nat no pareció sentirse avergonzada en lo más mínimo.

PenumbraWhere stories live. Discover now