29. Réquiem

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No pudo ser real para mí, ni siquiera cuando lo vi en las noticias.

Según lo que declaró la reportera en la televisión, fue un asalto a mano armada que se salió de control. Dos delincuentes entraron en la misma tienda en la que mis padres habían ingresado recientemente, para quién sabe qué. El dueño de la tienda, quien también portaba un arma, la sacó para defenderse. No se supo quien disparó primero, pero sí que salieron cinco personas heridas: un inocente cliente, el propio dueño de la tienda, uno de esos desgraciados tipos... Y mis padres.

A mi mamá le llegó un disparo directo en el pecho. Conociendo cómo era mi papá, que no permitía que nunca nadie dañara a su esposa, seguramente se lanzó sobre los tipos cegado por ira o por pena, y terminó con un disparo en la pierna y dos en el torso. Una de esas malditas balas le dio en un pulmón. Para cuando llegó la ambulancia, Papá había sufrido un colapso pulmonar y, al igual que mamá, una hemorragia masiva que no pudieron controlar. Ninguno de los dos alcanzó a llegar a la sala de urgencias del hospital más cercano...

Cerré los ojos con fuerza.

«Detente», murmuraba la voz de mi mente, en son de reprimenda. «Deja de hacerte eso».

Pero no podía. Esas imágenes revoloteaban en mi cabeza. Aparecían y a los instantes se esfumaban, se presentaban de una forma y luego de otra, imaginando cómo pudo haber sucedido. Mi padre tenía la costumbre de nunca llegar con las manos vacías a ningún lugar, y quizá fue por eso por lo que se detuvieron en esa maldita tienda. ¿O quién sabe por qué, más que ellos?

No quería estar ahí. No quería estar en ese lugar, viendo cómo un señor que yo no conocía vertía tierra sobre unas enormes cajas donde, se suponía, estaban los cuerpos de mis padres. Por supuesto, sabía que eran ellos, porque los vi. Porque, aún con las heridas, podía reconocerlos. Pero por alguna razón, mi mente se negaba a creer en lo que mis ojos confirmaron.

Me negaba a creer que esto les había pasado a ellos.

No quería estar ahí, con compañeros del trabajo de mi padre y amigas de mi madre, gente a la que no conocía, pero que de algún modo sabían que yo era la hija de Frank y Evelyn Masters. Rodeada de familiares a lo que hacía tiempo que no veía, y de personas que me abrazaban y decían comprender lo que yo sentía en esos momentos.

No era así. Ellos no lo sentían. No tenían idea de todo el dolor que me estaba envolviendo en esos momentos. No eran conscientes de que mi última conversación con mis padres había sido una maldita discusión. No sabían que lo último que les había dicho, era que les fuera bien en una estúpida cena, una a la que deseaba que jamás hubieran asistido.

Ellos no sabían que hubiera dado cualquier cosa por cambiar de lugar, por ser yo la que estuviera encerrada en aquellas cajas de madera, y no mis padres...

Simplemente, no quería estar ahí.

Había mucha gente, algunos de ellos charlaron conmigo: primos a los que no veía desde hacía bastante tiempo; mi tía Hannah —una mujer que siempre había sido como la versión femenina de mi padre—, que lloraba devastada sin quitarse en ningún momento un pañuelo de la nariz; mis abuelos, que habían viajado desde Seattle solo para asistir al peor funeral que hayan presenciado en sus vidas, y que parecía haberlos envejecido unos diez años en solo una noche.

Pero yo no podía escuchar a nadie. Todo lo que conseguía hacer era mirar cómo sus labios se movían, y era capaz de distinguir una que otra palabra de consuelo, pero que no lograban nada aparte de hacerme sentir todavía más miserable.

Algo no funcionaba bien en mí, porque a pesar del insoportable dolor de mi pecho, no había derramado ni una lágrima. Ni la noche anterior, ni hoy. Sentía mis ojos hinchados, pero era debido a que no había pegado ojo en toda la noche y ardían a causa del cansancio, pero no por lágrimas. No sabía qué estaba mal conmigo, pero era consciente de que debía ser por algo nocivo, ya que, incluso cargando con el sufrimiento que me impedía respirar con normalidad, no derramaba lágrimas sin cesar como el resto de las personas a mi alrededor.

PenumbraWhere stories live. Discover now