16. Sin retorno

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Mi atacante tiró de mí con la misma facilidad que si yo pesara un kilo, todavía tapando mi boca para evitar mis protestas. Intenté aferrarme más de una vez a alguna pared o a cualquier objeto, pero por más que traté de luchar, ella simplemente ejerció más fuerza y me arrastró por las sombrías calles, ennegrecidas por completo por la ausencia de luz en los postes; desconocía si es que había un corte general, o si acaso era obra de ella que estos tuvieran apagados.

No sabía qué hacer. No sabía cómo defenderme. La adrenalina, provocada por puro desespero, fluyó en mi sistema y, en uno de mis empujes, mordí sin titubeo la mano que cubría mi boca. El siseo de mi atacante me hizo creer, por un segundo, que tenía una oportunidad de escapar.

Sin embargo, en ese momento sentí un golpe seco al lado de la cabeza, tan fuerte que me hizo oír un ensordecedor pitido y enturbió mi vista al instante.

Y entonces, junto con cada uno de mis sentidos, la oscuridad envolvió ese fugaz atisbo de esperanza.


Mis párpados comenzaron a abrirse poco a poco, lastimándome los ojos por la iluminación del sitio en el que me hallaba. La cabeza me dolía horriblemente, y a mi alrededor, todo daba vueltas. No estuve segura de cuánto tiempo tardé en estabilizarme, aunque mi cráneo continuaba doliendo cuando logré, con dificultad y torpeza, incorporarme en la superficie blanda y mullida en la que estaba recostada.

Cuando por fin pude fijar la vista, el miedo me hizo abrir los ojos de hito en hito, mientras examinaba mi entorno.

No era mi recámara. Ni el tono amarillo de las paredes, ni la cama o los muebles, nada me era familiar. Fuera cual fuera el sitio al que me habían llevado, no lo conocía en absoluto. ¿En dónde diablos estaba?

Jadeé cuando los recuerdos me golpearon, todos a la vez. El dolor palpitante en mis sienes aumentó, y los sucesos encajaron con tanta rapidez en mi mente que me volví a marear.

—¡Oh! Ya despertaste, qué bien.

Me sobresalté cuando la voz femenina llegó a mis oídos. Giré la cabeza, encontrándome directo con la figura de la diablesa de largo cabello oscuro y ojos violetas, sentada en una especie de taburete.

—Te juro que estuve a punto de lanzarte agua helada encima... —empezó a decir con la misma naturalidad que si fuéramos íntimas amigas—. Aunque igual pensé en darte bofetadas, eso hubiera sido más divertido.

La sonrisa cargada maldad en su rostro pálido me hizo retroceder hasta que sentí el cabezal metálico de la cama en mi espalda.

Ella se levantó y yo tuve deseos de hacer lo mismo, de salir huyendo de ese lugar, pero el miedo consiguió paralizar cada parte de mi cuerpo. Lo único que logré, fue sentir cómo mi respiración y mis latidos se disparaban en ritmos irregulares. Se acercó a mí lentamente, haciendo sonar los tacones en el suelo de madera. Aterrada hasta la mierda, no atiné a hacer nada más que fijar la vista en su rostro ovalado, ausente de cualquier tipo de emoción.

Se detuvo a los pies de la cama y cruzó los brazos sobre su pecho, torciendo el gesto con cierto aire que me pareció muy altivo. Sus ojos se movían inquietos de arriba abajo, y yo hice puños sobre la tela de la frazada ante la incomodidad que me produjo su intenso escrutinio.

—No hablas mucho, ¿eh? —dijo manteniendo su expresión impasible.

Tragué duro, frunciendo el ceño. ¿Qué se suponía que debía decir?

—¿Q-qué quieres? —Mi voz se oyó débil a causa del miedo.

Me detesté por eso.

La tipa entrecerró la vista y guardó silencio. Mi respiración se agitó mientras pasaban los segundos, hasta que alzó una mano para rozar su mentón con los nudillos en un ademán pensativo.

PenumbraWhere stories live. Discover now