40. Ajuste de cuentas

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De repente, un ardor ya familiar nació en el centro de la mano que Asmodeo sostenía, y comenzó a extenderse por mi brazo. Un jadeo se me escapó en el instante en que vi el espiral de líneas negras con forma de espinas que se dibujó en mi piel.

Sus cejas se alzaron levemente.

—Ya veo... —musitó con un dejo de asombro, con esos ojos carmesíes fijos en la marca negra de mi brazo—. Así que se aseguró de marcarte como suya. Es más precavido de lo que creí.

No estuve segura por qué, pero sus palabras hicieron que un destello de ira se encendiera en mí. No obstante, la breve mención de él hizo que un nudo se formara en mi garganta y retiré mi mano de un movimiento rápido. Retrocedí un paso, sintiendo cómo mis piernas se volvían más endebles.

Los ojos brillantes del demonio frente a mí viajaron a mi rostro, inspeccionándolo por unos instantes eternos. No fue sino hasta ese momento que recién pude ser plenamente consciente de una energía extraña, nueva, que fui capaz de apreciar. La energía que Asmodeo emanaba era pesada, fría como hielo, igual que la del resto de demonios que conocía, pero de algún modo era más densa. Más poderosa.

Sentí una oleada de miedo recorrer todo mi sistema.

Asmodeo desvió la vista de mí hacia Hythro y enarcó las cejas en un gesto que me pareció impaciente. De soslayo, advertí que el demonio movió la cabeza en un asentimiento sereno y giró sobre sus talones en dirección al gran portón rojizo.

—Prefiero quedarme —dijo Naamáh con cierta inflexión infantil y obstinada, y se cruzó de brazos.

—Quiero estar un momento a solas con Amy, preciosa —le respondió Asmodeo, inclinando ligeramente la cabeza. Pero, en seguida, entrecerró los ojos en su dirección en un gesto sospechoso—. Además, tienes que cumplir una tarea para mí.

La respiración comenzó a acelerárseme en el segundo en que la alarma se encendió en mí. Volteé a ver a Naamáh. Ella entornó la vista, fija en Asmodeo, como si no le hubiera entendido. En vez de enfadarse, el demonio le sonrió.

Entonces, sus labios se abrieron para pronunciar unas palabras que no comprendí, no porque no le hubiera escuchado, sino porque fueron dichas en un idioma que no me era conocido, muy similar al que solía usar Azazziel en algunas ocasiones. Se pareció mucho a una orden en tono amable; pero, lo que sea que le dijo, hizo que ella esbozara una sonrisa cargada de malicia, antes de dedicarme una mirada que no supe interpretar. A continuación, la vi girar en su lugar para dirigirse hacia la puerta que se encontraba al lado izquierdo del horroroso trono.

Un escalofrío me recorrió la espalda mientras miraba, con los ojos muy abiertos, la puerta de madera oscura cerrarse, dejándonos solos en este gigantesco y chocante espacio a Asmodeo y a mí.

Mi vista regresó a él. Estaba segura de que lucía aterrada, pero lo único que él hizo fue observarme con gesto pensativo al tiempo que elevaba una mano para acariciarse el mentón con los dedos. Observarlo resultaba extraño, porque a pesar de que no tenía ni una arruga en su rostro, ni tampoco una sola cana en su oscuro cabello, de alguna manera parecía mayor que cualquier otro demonio que hubiera conocido. Pero no entendía cómo, y eso me inquietaba.

De forma inconsciente, di un par de pasos hacia atrás y él ladeó la cabeza.

—¿Qué te sucede, Amy? —Pretendió sonar confundido, pero el ligero matiz de burla que se coló en su tono lo arruinó—. ¿Por qué estás tan nerviosa? Estoy más que seguro de que no es la primera vez que te encuentras a solas con un demonio.

El escuchar cómo pronunciaba mi nombre de nuevo hizo que una ira ajena empezara a aflorar en mi pecho. No estaba segura de por qué, pero el sólo estar cerca de él me estaba haciendo enfadar de un modo que ni siquiera comprendía. Y es que lo menos debía estar sintiendo era enfado.

PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora