9. Eminente

8.4K 723 405
                                    

—Oye, te gradezco que no le hayas dicho nada a Dee —dije en voz baja, con la cara pegada al celular.

La breve risa nerviosa de David se oyó del otro lado de la línea.

—Descuida, conozco a nuestra amiga. Te habría atosigado hasta que le contaras cada detalle, y, bueno... —murmuró y un leve, aunque abrumador silencio, se apoderó de la conversación por un instante—. La verdad es que ni siquiera yo sé qué me pasó.

Contuve la respiración.

Tuve la necesidad de decirle que estuviera tranquilo, que yo sabía exactamente porqué él aun sentía como que lo habían obligado a hacer lo que hizo. No obstante, de ninguna forma iba a complicarle la vida de ese modo. Lo mejor para él era que se quedara con la idea de que había tenido un impulso idiota provocado por las hormonas, o la presión del momento.

—Ya te dije que no tenemos que hablarlo —respondí con el tono más ameno que pude—. Solo... dejémoslo así.

Mi vista se desvió hacia la chica bajita de ropas oscuras, que me esperaba con paciencia en la misma mesa en la que se había sentado el día anterior.

David dio un suspiro.

—Lo lamento, otra vez, Amy. —No estaba segura de cuántas veces le había oído decir eso en esta semana.

—Estoy bien, Dave, en serio. Tengo que irme, pero promete que lo que pasó no hará que vuelvas a alejarte.

—Si no te afecta a ti, entonces te aseguro que no será así. —Fui capaz de percibir que sonrió, y yo imité el gesto—. Nos vemos pronto.

—Hasta luego.

Nat se levantó con entusiasmo cuando vio que yo me colocaba el bolso sobre el hombro. Esa chica parecía tener energía hasta para regalar. De forma distraída, mis ojos se desviaron hacia el libro que ella sostenía entre sus manos, y tragué saliva al sentir una punzada de histerismo.

No encontré a Diana para despedirme y eso me alivió; no quería tener que someterme a su interrogatorio, no por hoy, al menos. Estaba al tanto de que sucedería pronto, pero, sinceramente, me asustaba un poco la reacción que ella pudiera tener. Conocía a Dee lo suficiente como para saber lo celosa que podía ser con sus amigas, y la charla que sabía que tendríamos me ponía algo nerviosa.

Me percaté de que Nat traía consigo también dos vasos térmicos. Me dedicó una sonrisa en cuanto llegué a su lado y me ofreció uno.

—Te pedí un expreso —anunció alegre. Me obligué a devolverle el gesto, un ademán que estuve segura de que se vio terrible. Ella frunció el ceño—. ¿Qué pasa?

—Es que... —murmuré e hice una mueca de disculpa— no me gusta el café.

Me quedó mirando por un segundo entero, y después se echó a reír como si yo le hubiera dicho el mejor de los chistes.

—¡Trabajas en una cafetería!

—Y no por eso tiene que gustarme el café.

—Lo sé, es que es como irónico... —Siguió riendo otro poco, mientras que yo la miraba con extrañeza. No pasaron más de dos segundos cuando el sonido contagioso de su risa empezó a hacer crecer una pequeña sonrisa en mi rostro.

Estiré la mano para alcanzar el vaso caliente.

—Pero si no te gusta...

—No importa. —Sonreí—. Gracias, Nat.

Dejé que me guiara por la calle en cuanto nos retiramos del lugar donde trabajaba, y un sentimiento extraño me atravesó el pecho cuando caí en la cuenta de que, quizás, estaba confiando demasiado rápido en una persona de la que no sabía casi nada.

PenumbraWhere stories live. Discover now