Capitulo 70 - Epílogo

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El mundo ya no es lo que era antes. El cambio está tomando posesión, y con ello nuevas historias que contar. Hasta hace unos pocos años se descubrió la presencia de otros continentes, muy diversos y diferentes uno del otro, sin rastro de vida humana, pero abundantes en flora y fauna. Por mero instinto y lógica, no pasó mucho tiempo antes de que el "Nuevo Mundo", como ellos lo llamaban, fuera explorado, y poco a poco, la naturaleza salvaje de estos desconocidos paisajes fuera conociéndose con cautela.

El "Nuevo Mundo" era mucho mas grande de lo que se había previsto, por lo que los ambiciosos planes de colonización tendrían que esperar un poco mas.

Haciendo un cambio de escena drástico, nos encontramos en un parque con niños jugando entre si, y adultos tomando asiento en las bancas mientras observaban a sus hijos divertirse. Pero había un niño en particular que resaltaba entre los demás, ya que además del hecho de que no estaba mezclado con el grupo de su misma edad, sus cabellos blancos como la nieve con tintes plateados y unos rubíes que asumían el puesto de ojos lo hacían resaltar demasiado.

El niño estaba junto a su madre, quien al igual que el resto de adultos, estaba sentada en una de las varias bancas de madera blanca que se repetían en todo ese espacio recreativo. La madre, al igual que los ojos de su hijo y los de ella, relucía a la luz del sol sus cabellos rojos como un tomate, los cuales le llegaban a la mitad de la espalda.

—Mami.

—Dime, hijo —contestó la pelirroja.

—¿Como era papá? Casi nunca hablas de él, y la tía Rin ni el tío Ryu quieren contarme nada. Siempre inventan excusas absurdas —dice el infante inflando sus cachetes en disconformidad.

—Jejejeje, bueno, pensaba hablarte de él cuando tuvieras mas edad, pero no creo que quieras esperar, ¿o si, Deimos? —Le preguntó su madre con una sonrisa.

—¡Claro que no! ¡Dime, dime, dime, dime! —dice en frenesí el ahora identificado como Deimos, el mismísimo Príncipe de Esparta.

—Jajajaja, está bien, está bien, te lo diré —recargó su espalda contra la banca mientras cerraba sus ojos e indagaba en sus recuerdos—. Veamos, era muy alto, sus cabellos eran rubios y puntiagudos. Su rostro era adornado por tres marcas de bigote en cada mejilla, y sus ojos eran azules como el mar. —Ella hizo una pequeña pausa, y un peculiar brillo se hizo presente en sus ojos—. Pero lo mas resaltante era su sonrisa, cálida como la brisa de la mañana. Simplemente el mejor hombre del mundo. —Con cada detalle que la pelirroja contaba, su rostro se deformaba en uno de nostalgia y amor puro, cosa que al pobre niño a su edad le daba algo de pena ajena.

—Oka-san, no empieces con tus cursilerias, me dan cosa —exclamó el niño con un cómico rostro de disgusto.

—No puedo evitarlo, así era tu padre.

—Pero oka-san, si oto-san era rubio, y tu cabello es rojo, ¿por qué el mio es blanco? —preguntó el pequeño, algo muy valido y perspicaz.

—Bueno, la verdad es que no estoy muy segura de eso. Aunque hay algo que si sé, en algún momento y por alguna extraña razón, el cabello de tu padre también se pintó del mismo color que el tuyo. No se si sea algo de familia —dijo la pelirroja alzando los hombros.

—¿En serio? Eso me hace sentir feliz. Ahora siento como si estuviera siempre conmigo. Gracias, oka-san. —El niño le sonríe a su madre.

—¡Oooiiiii, Deimos! ¿Vas a venir a jugar? ¡Nos falta uno! —Otro niño le habla desde lejos a Deimos quien voltea por un momento.

—¡Si, allá voy! —respondió el pequeño, y se volteó de nuevo hacia su madre—. Oka-san, ¿puedo ir?

—Jejeje, claro, ve a jugar, Deimos. —La pelirroja le concede permiso a su amado hijo—.

El Último Espartano - IWhere stories live. Discover now