52. En tus brazos, todo está bien

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Cualquier cosa de la que estén hechas nuestras almas, la suya y la mía son iguales.
(Emily Brontë)



—Sólo tres meses más, Peque —Alec acarició su vientre y salió del aula, sin darse cuenta de la persona que lo había estado espiando.

Avanzó por el pasillo con sólo una cosa en mente: Magnus.

La vida, y el amor, no eran fáciles, pero no creía que por eso uno deba rendirse y dejar de intentarlo. De ser así, él nunca habría luchado por su familia, no habría alquilado su vientre y no estaría a punto de formar una propia con el Peque y con Magnus. Si se hubiera dado por vencido al primer contratiempo en su relación, si hubiera dejado que sus silencios acabaran con todo; pero no, su mutismo selectivo no fue el final, fue sólo un comienzo para descubrir que entre silencios también hay amor, que sin palabras se puede querer, que sin hablar también se ama. Magnus lo perdonó, lo entendió y lo quiso tal cual era, lo hizo amarse a sí mismo porque –por primera vez– se entendió también y supo que existe algo así como el silencio del amor.

Hubo mariposas en su estómago y el Peque se movió también, como si las sintiera. Alec sonrió, pensando que quizá era eso o que él también compartía sus sentimientos por Magnus. ¿El Peque podría amarlo también?

Magnus muchas veces, sobre todo desde que acordaron adoptarlo si no había peticiones, por las noches se recostaba al lado suyo y acariciaba su vientre mientras le cantaba o relataba alguna historia. Alec siempre dormía con una sonrisa, sintiendo cómo el amor crecía, sus manos buscando a Magnus... Quizá el Peque también lo hacía.

De pronto la idea de descansar quedó en segundo plano. Tal vez podía llamar primero para ver si podía pasar a verlo aunque fuera un momento…

Con eso en mente, caminó más lento, rebuscando en su abrigo el móvil. No quería tener una caída por ir distraído…

Pero, precisamente por ir distraído buscando el móvil, no vio a la persona que venía hacia él.


* * *

—Por Dios, Alexander, contesta. Contesta, mi ángel —Magnus sentía que su corazón iba a explotar, mientras caminaba apresurado hacia el estacionamiento. Con el móvil presionado entre el hombro y su oreja.

Maldijo cuando volvió a mandar a buzón.

—¡Magnus, oye! —Magnus no se detuvo, ni siquiera notó a Camille corriendo tras él.

—¡Magnus —Camille lo siguió hasta el estacionamiento, agitando el capuchino que llevaba para él! —Magnus!

No fue sino hasta que se detuvo para abrir el auto que la notó. Levantó la mano, deteniéndola antes de que hablara, aun cuando ella apenas podía respirar. —Ahora no, Camille. Alexander no responde y tengo miedo de que algo le haya pasado. Hay tanta gente de mente cerrada por ahí… —habló sin pensar, demasiado concentrado en seguir llamando, preocupado por su ángel silencioso.

Camille se quedó ahí. De pie, viendo el auto alejarse. Presionó con tanta fuerza el vaso que se rompió y el capuchino comenzó a derramarse, llegando incluso a quemar su mano.

Cuando pudo volver a respirar, alejando un poco su molestia, dejó caer el vaso ahí mismo y sacudió su mano. Susurró, demasiado bajo, mientras volvía a grandes zancadas hacia la Clínica: —Ojalá alguien lo hiciera.


* * *

Alec miró con pánico a Traicy, la señorita de Servicio Social.

El silencio del amor (Malec Mpreg)Where stories live. Discover now