59. Final: Despierta y dímelo

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Eran pequeños sueños. Eran los sueños de un hombre que no podía quedarse dormido y pensó en el mejor final posible para sí mismo después de todo lo que había sucedido.
(T.J.Klune)





«Esta horrible tragedia les está dando la oportunidad de tenerlo con ustedes».

Con las palabras de Catarina en mente y la esperanza renovada, Magnus había corrido hacia la habitación de Alec. No le importaban las malas miradas de los pacientes e incluso de otros médicos; debía verse como un loco e irrespetuoso corriendo por los pasillos, además de su aspecto descuidado, pero no podía hacer que le importara.

Ni siquiera reviso la hora, si es que ya habían terminado las horas de visita o los Lightwood podían seguir ahí. Él simplemente corrió, cada latido de su corazón acelerado puesto en el bello ángel silencioso que lo esperaba.

Se detuvo en la esquina, para recuperar el aliento, las manos en las rodillas y el pecho subiendo y bajando pesadamente. De reojo vio a Maryse dar vuelta en el otro pasillo, tras ella iba un chico que debía ser Jace.

Justo cuando Magnus, ya más tranquilo y respirando mejor, comenzó a avanzar hacia la habitación, la puerta de ésta se abrió. Magnus se detuvo de golpe, pensando que podría ser Robert y lo último que quería era otro enfrentamiento. De verdad que entendía sus reacciones, pero no iba a alejarse de Alec cuando ellos no tenían la historia completa ni –en su opinión– derecho a opinar. Afortunadamente, era sólo Isabel. Se veía cansada, como todos, pero le sonrió cuando lo vio. —Hola, ¿cómo está el bebé? ¿Tiene...? Ah, ¿habían pensado en algún nombre?

“El Peque”, Magnus pensó. Siempre fue el Peque.

El Pequeño con el que Alec hablaba cuando se sentía solo, el Pequeño con el que se refugió esas primeras semanas tan asustado de todo lo nuevo en su vida. El Pequeño que, muy pronto, pasó a sentirse suyo...de ambos.

Pero antes de que Magnus respondiera, alguien apareció detrás de Isabelle. Era Max. Magnus lo miró sorprendido y después su pecho dolió cuando los ojitos grises, brillantes por las lágrimas, le sostuvieron la mirada detrás de aquellas gruesas gafas. El niño se lanzó a abrazarlo, como si no se hubieran visto sólo unas cuantas veces, como si sus padres no lo odiaran en este momento.

Max había crecido un poco desde que Alec hubiera aceptado alquilar su vientre, desde que dejara la casa Lightwood y se mudara con Magnus. Había valido la pena su sacrificio. Alec no pensaba cuando veía a su hermano menor más alto, las piel de un tomo saludable y las mejillas sonrosadas, ya no con los huesos marcados...

Y aun así el niño llegaba apenas al pecho de Magnus. Sus bracitos rodeando su cintura con fuerza. —Alec no despierta —el menor de los Lightwood sollozó sobre él—. Han pasado días y no despierta. Mi papá dijo que pronto despertaría y no es cierto. Ellos vienen y no me dicen nada. Dicen que es porque soy niño y no puedo entrar al hospital, pero sé que no es cierto. Acabo de ver a Alec, le hablé y él no contesta y está conectado a todo eso, la maquina hace ese ruido, ¡y el bebé ya no está!, Alec ya no tiene al bebé y su cara se ve triste y nadie me dice nada del bebé, ¡Jace no habla!, nadie me explica nada, Magnus. No quiero que Alec se muera. Tú eres doctor, haz algo, por favor.

Los ojos de Magnus se llenaron de lágrimas conforme el hermano de Alec fue hablando. Había un enorme nudo en su garganta. Y sus brazos y manos dolían mientras apretaba al niño en un abrazo.

Isabelle se estaba limpiando discretamente los ojos cuando Magnus volteó a verla. —Lo siento —susurró—. Sé que no permiten niños, pero Max no paraba de preguntar y hablamos con la doctora, me dijo que era tu amiga. Ella consiguió un permiso especial, sólo por una ocasión, para que Max pudiera verlo.

El silencio del amor (Malec Mpreg)Where stories live. Discover now