DÍA 19: Ojalá ganen los buenos

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NATALIA POV

Suena el despertador y lo que menos me apetece es levantarme de la cama para hacer deporte. A pesar de que he dormido como un bebé, aún me noto un poco cansada y lo que me gustaría hacer ahora es darme la vuelta y volver a dormir. Sé que esa sensación me va a durar solo hasta que me levante y me despeje, así que salgo como puedo del calorcito agradable de las sábanas para subir la persiana y dar comienzo al día.

Una vez estoy lista, me tomo un zumo en la cocina mientras espero a Alba, que aparece por el pasillo con una de sus sudaderas gigantes y la misma cara de sueño de siempre que tanta gracia me hace.

– Son y 35. Está feo llegar tarde cuando solo tienes que ir hasta el final del pasillo – digo sonriendo.

– Nat, hay que darle una vuelta a este plan – ignora mi comentario y se sienta en el taburete a mi lado, apoyando los brazos sobre la barra y su cabeza en estos. – No podemos seguir madrugando así.

– Anda quejica, si yo también estoy cansada, pero en nada se nos pasa.

– Si claro, como las agujetas, que se quitan haciendo más deporte. Todo mentira – cierra los ojos mientras habla bajando el tono y estoy segura que podría dormirse recostada sobre la barra.

– En realidad es cierto pero bueno, lo que tú digas – sin saber por qué me veo hablando bajito, como si no quisiera molestarle por lo mona que se ve durmiendo, aunque sea sobre la encimera de la cocina y no esté dormida de verdad.

Sin darme cuenta me quedo más tiempo del debido observando la tranquilidad de su rostro y lo tierna que parece así, con su moflete aplastado contra el brazo y los labios entreabiertos. Natalia, deja de mirarlos. Me obligo a mí misma a quitarme de la cabeza la idea de recorrer la suavidad de su piel con mis labios y a recordar que, quizás, llenarle la cara de besitos no es la mejor de las ideas.

Para luchar contra ese impulso tan tonto, me bajo del taburete y me acerco a ella por su espalda para pasar los brazos alrededor de su cintura.

– ¡A entrenar! – ella da un salto sobre el asiento del susto que se da, y pensando que se va a caer, a ciegas intenta agarrarse a algo.

Se sobresalta cuando la levanto de golpe y, apoyando su espalda contra mi pecho e inclinándome un poco hacia atrás para que no toque el suelo, lo que es fácil con la diferencia de altura, empiezo a andar separándola de la cocina.

– ¡Naaaaat! Qué susto joe – la llevo hasta el centro del salón mientras ella se va riendo. – Bájame porfa – pide aún entre risas. – Casi me da un infarto por tu culpa, idiota – me da un golpe en el hombro cuando la dejo en el suelo, pero sin dejar de sonreír.

– ¿Pero a que ha funcionado? Seguro que ahora estás súper despejada – ella asiente colocándose bien la sudadera. – ¿Ves? Venga, vamos a empezar.

– Sí, entrenadora Lacunza – me vacila imitando un saludo militar.

– Oye que la que quiso empezar con el fitness casero fuiste tú.

– ¿Y tú para que me sigues? – se cruza de brazos indignada.

– Hay que ser saludable, Alba.

– Existen otras formas de hacer ejercicio, Natalia – me mira levantando una ceja y sonriendo de lado, pero me niego a caer en eso.

– No empieces ehh, que no te vas a librar – hace un puchero por no salirse con la suya y me ayuda a quitar la mesa del medio para poder empezar.

– Joo, espero que por lo menos sea un poco de relax – protesta en bajito antes de que nos pongamos a ello.

Más tarde, a media mañana, estoy tirada en la cama porque me ha venido la regla y me apetece hacer lo que viene siendo nada, y he decidido coger la guitarra para distraerme con ella. Siempre que estoy con este mood acaban por salirme letras que me gustan para mis canciones, por lo que no dejo pasar la oportunidad de quitarme la espinita que se me quedó dentro cuando hablé con Alba sobre el significado de mi tatuaje de la nubecita.

CuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora