DÍA 37: Kilómetro cero

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NATALIA POV

Doy otra vuelta en la cama y con esta ya van treinta y cinco. Llevo desde las nueve de la mañana con los ojos abiertos sin ser capaz de volver a conciliar el sueño, y no es para menos después de lo nerviosita que me fui ayer a dormir. Ni veinte cafés me mantienen tan en vela.

He perdido la cuenta de las veces que he sonreído al recordar la emoción de besarla de esa manera antes de irnos a dormir, la sensación de saber lo diferente que fue de cualquier otro beso que nos hayamos podido dar. A lo mejor fue porque besarnos de la nada era la última barrera que nos quedaba por derribar y ella solita se encargó de tirarla abajo.

Vuelvo a cerrar los ojos para revivir las sensaciones que se apoderaron de todo mi cuerpo al saborear sus labios y noto de nuevo cómo ella tampoco se estaba quedando indiferente. El ligero nerviosismo que se manifestaba a través del pequeño temblor de sus manos agarradas a mi nuca poco tenía que envidiar al de las mías ancladas en su cintura.

Abro los ojos otra vez y doy la vuelta número treinta y seis, escondiendo la sonrisa en la almohada. Una alegría irracional me invade de repente y una carcajada amenaza con salir con fuerza de mi garganta, pero me contengo para no parecer una loca. Alba me besó. Me besó porque quiso, me besó porque sí y no solo una vez. Joder, cómo no voy a estar por las nubes.

Con ayuda de la vuelta número treinta y siete me incorporo para sentarme contra el cabecero de la cama y me estiro alcanzando mi móvil de la mesilla. Me pongo a leer las noticias para ver si me relajo un poquito pero todas hablan de la comparecencia del presidente a las once de esta mañana, así que prefiero dejar de leer porque eso me pone más nerviosa todavía. Que diga que nos dejan salir, por favor vida, nunca te he pedido nada.

Aprovecho para entrar en instagram pero salgo rápido porque siento una tentación enorme de subir alguna de las cincuenta canciones que me han venido a la mente desde ayer por la noche. Madre mía Natalia, bájale un par de niveles a la intensidad que son las diez de la mañana.

Cojo unos auriculares del cajón y me pongo música durante un rato para calmarme, intentando pensar en lo de ayer con perspectiva. Solo fue un beso, uno especial, pero solo un beso. Con la tranquilidad que me produce la música, decido esperar a ver en qué plan se levanta Alba y poder valorar cuánta relevancia tuvo en realidad ese momento.

Al cabo de unos veinte minutos me siento más relajada y me levanto de la cama para ir a desayunar. Cuando llego al salón veo que Alba no está por aquí todavía y, aunque no me sorprende, me pregunto si seguirá dormida o estará despierta aunque no haya salido de la habitación. A lo mejor también está nerviosa por verme, pienso antes de desechar la idea para no darle más importancia de la que tiene.

Preparo el desayuno para las dos, pero una vez que lo tengo listo, los minutos pasan y Alba sigue sin aparecer. Me fijo en el reloj y, viendo que ya son menos cuarto, me planteo ir a levantarla. Con una sonrisa traviesa empiezo a andar por el pasillo, animada por la idea ser yo quien la despierte e invadida por las ganas de verle abrir los ojitos. Solo lo hago porque seguro que no se quiere perder la noticia que vaya a dar el presidente en directo, me miento a mí misma antes de plantarme delante de su puerta.

Nerviosa por si en realidad no está durmiendo y simplemente aún no le apetecía salir de la habitación, doy un par de golpecitos flojos en la puerta que no obtienen ninguna respuesta. Abro ligeramente para poder colar mi cabeza por el hueco y al verlo todo tan oscuro al menos compruebo que sigue dormida. Me he encoñado de una persona que duerme más horas que un bebé koala, qué bien, pienso mientras ruedo los ojos ante su capacidad para dormir tanto, pero en el fondo me da ternura.

– ¿Albi? – digo desde la puerta tan bajito que dudo que me oiga.

Sin darle tampoco muchas vueltas, entro del todo en la habitación con la confianza de que no se va a enfadar, y rodeo su cama para acercarme a la persiana y subirla lo justo para poder ver algo entre tanta oscuridad pero sin que llegue a molestarle la luz. Al darme la vuelta, ya hay la suficiente claridad como para distinguir su cuerpo bajo las sábanas, por lo que me acerco hasta la cama por el lado donde está abrazando a la almohada para ver su carita aplastada contra esta.

CuarentenaWhere stories live. Discover now