DÍA 31: Entrar en calor

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NATALIA POV

Como si me estuviera despertado a cámara lenta, como si mi cerebro supiera por adelantado las ganas que tengo de disfrutar de este momento con el máximo detenimiento posible, mis sentidos van uno por uno haciendo que sea consciente de la situación en la que me encuentro.

El primero es el olfato, que me hace saber con tan solo respirar que realmente he pasado toda la noche con ella pegadita a mí, invadiendo mis sábanas y mis sueños con su olor que, sin necesidad de perfumes añadidos, huele a todas las cosas bonitas del mundo. Inspiro con fuerza para apreciarlo mejor y eso hace que se me escape la primera sonrisa del día.

Inevitablemente unido al olfato va el gusto, eso es algo que sabe todo el mundo, así que ese es el segundo de mis sentidos que me hace reaccionar esta mañana. Intuitivamente inclino la cabeza hasta que mis labios se posan en su sien, que es el trocito de piel que más cerca tengo a mi alcance. Le doy un besito diminuto y rozo mis labios por la zona con suavidad. Segunda sonrisa del día. Unos cuantos besitos después, me detengo, aunque por mí me quedaría así toda la mañana. Este le dejamos para luego, porque en cuanto se despierte me la pienso comer enterita.

Haber sentido su piel contra mis labios hace que se despierte en mí el tercero de mis sentidos, el tacto. Uff, mi favorito. Gracias a este, empiezo a ser consciente de todos los puntos en los que mi cuerpo y el suyo están en contacto, que no son pocos. De hecho, sonrío al darme cuenta de que son incluso más que cuando nos fuimos a dormir. Tercera sonrisa en apenas unos minutos, el día promete. Con lentitud comienzo a mover la yema de mis dedos, notando el calor que desprende la piel de su espalda baja, de donde mis manos no se han movido en toda la noche, y las deslizo arriba y abajo por dentro de su camiseta para llenarla de caricias.

Noto nuestras piernas desnudas completamente enredadas y la mitad de su cuerpo apoyado sobre mi costado, mientras que uno de sus brazos rodea mi abdomen para agarrarse a mi camiseta y el otro descansa más arriba, con su mano apoyada en mi hombro. Aprieto ligeramente mi agarre provocando que ella se revuelva y se acerque aún más, llevando la cabeza que descansaba en mi pecho hasta el hueco de mi cuello para esconderse ahí.

Preparada para hacer uso de mi cuarto sentido, la vista, y abrir los ojos para deleitarme con la imagen que sin duda va a provocarme la cuarta sonrisa del día, estoy a punto de hacerlo cuando me veo interrumpida por mi quinto sentido que acaba de despertarse, el oído.

– Gonzalo, estás más ciego que una abuela – oigo la voz de Julia en un susurro.

– Era el primero joe, estaba probando.

– Que no hay tantos como para que los estés tirando fuera. Menos mal que no hay nadie por la calle.

– Lanza tú el siguiente si eres tan hábil – protesta Gonzalo sin darse cuenta que están dejando de susurrar y ahora los escucho perfectamente.

Oigo un ruido que no soy capaz de identificar y de repente noto unas gotas mojando mi cara. ¿Se está poniendo a llover?

– Uyy casi. Al borde – dice Julia.

– Si es que te lo estoy diciendo. Deben estar tan pegadas al muro que no hay ángulo. ¡Es que ni se las ve!

– Pegadas la una a la otra es lo que están. Si no, ya me dirás cómo es posible que quepan en ese trocito las dos. Qué cabronas, anda que se ponen en el medio, que se las vería desde aquí. ¡No son listas ni na!

Confusa por no estar entendiendo nada, aparto una mano del cuerpo de Alba para sacarla de las sábanas y rascarme los ojos a ver si me despejo un poco. Con cuidado me revuelvo para que Alba se tumbe sobre el colchón a mi lado y así poder incorporarme lo suficiente para quedar sentada.

CuarentenaWhere stories live. Discover now