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EN EL GRAN COMEDOR DEL COLEGIO HABÍA DEMASIADA GENTE Y UN GRAN BULLICIO, era el comienzo del sexto año de Aegea y sus amigos en la escuela y se sentía bien regresar. En casa de la griega la habían pasado bien, sin contar el hecho de que la diosa sospechaba que su familia trató de ocultarle algo durante su estadía en el lugar.
El comportamiento de sus familiares fue medio raro, cuando ella llegaba a una parte de la casa donde ellos hablaban, a penas la veían se callaban o cambiaban de tema de manera drástica. Tal situación solo lograba que ella se irritara y se enojara con casi todos en el sitio. A los merodeadores y Adelaide les había ido bien en el lugar, aunque Apollo le dedicaba ciertas miradas a James cada vez que se lo encontraba.
Aegea observó a su alrededor, los estudiantes de las cuatro casas recibiendo con energía a los nuevos que llegaban, al menos la mayoría; otros como Snape tenían cara de querer salir de inmediato del lugar. La mirada de la chica se posó sobre Ophelia Lestrange, quien jugaba con el cabello de Regulus Black con intención de hacerlo enfadar, la diosa sonrió pensando que a pesar de que esos dos se 'detestaran' harían una muy buena pareja.
Sus ojos por fin se posaron en la mesa de Gryffindor, donde Sirius Black y James Potter hacían su típico desorden mientras Peter comía casi de todo lo que había en la mesa y Remus los miraba reprochando su actitud.
—Es un placer ver a todos de nuevo un año más aquí —saludó Dumbledore una vez ya fueron seleccionados todos los de primer curso. —No tengo tanto que decir excepto lo usual de cada año, nada de merodear por los pasillos de noche y de ir al bosque prohibido. Ahora sí, ¡buen provecho!
La griega no tenía tanta hambre, por lo cual solo tomó un pedazo de pastel y un refresco, se sentía muy cansada y casi ni prestaba atención a lo que pasaba alrededor. Estaba con la mirada perdida cuando sintió que alguien la tomaba del hombro y la sacudía.
—¿Gea? ¿Todo bien? —Preguntó Adelaide extrañada y la diosa asintió. —¿Vienes? Iré a dar una vuelta con los chicos.
—Me siento cansada, pero diles que para la próxima. —Respondió Aegea mientras se levantaba de su sitio en la mesa.
Los prefectos de cada casa guiaban a los estudiantes a sus respectivas salas comunes y Aegea caminaba detrás de los que pertenecían a su casa. Una vez llegaron al lugar, le explicaron a los menores como entrar y la griega observaba todo impacientemente ya queriendo llegar a su habitación.
