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—Y aquí estamos... —Hermes apareció junto a Aegea en el Olimpo.
—No entiendo bien que está pasando, Hermes, si aquí todo parece andar normal.
Hermes iba a responder, pero justo en ese momento la diosa de la primavera salió al encuentro con su hija. Aegea se quedó perpleja al ver a su madre ahí y cuando esta la abrazó, la joven diosa tardó en corresponder.
—¡Macaria, mi luz! Te he echado tanto de menos.
—¿Mamá? ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué estamos casi todos aquí?
—Cariño, te lo explicaremos ahora, pasen mejor antes que alguien los vea.
Aegea, Hermes y Perséfone se adentraron en la gran mansión del Olimpo. Dentro del lugar estaban los doce olímpicos, otras deidades como Melínoe, quien era la hermana de Aegea, y un tipo que a la diosa de la luz le transmitía una vibra oscura, pero a la vez la llamaba.
—¡Melínoe! —Exclamó Aegea en cuanto visualizó a su hermana.
Ambas se abrazaron fuertemente por unos segundos y luego se separaron. Hades observaba a sus dos hijas sintiéndose preocupado por ellas y queriendo protegerlas a toda costa.
—Esto es tan emotivo, ¡somos una familia feliz ahora! —Hades bromeó y todos lo vieron mal.
—¿Y bien? ¿Van a explicarle o no a la nena qué está pasando? —El tipo misterioso que Aegea había visto anteriormente habló.
—A eso voy, Tánatos. —Respondió Apolo de mala manera. —Básicamente, sol, Tifón se dirige a Cilicia porque quiere enfrentarse a nosotros y viene acompañado por sus preciados hijitos.
—¿Hijos? ¿Qué no era solo él quien tenía un problema con nosotros? —Aegea preguntó.
—Corrección: casi todas las criaturas del universo tienen problemas con nosotros. —Contestó Tánatos.
—¿Qué esperamos para irnos? ¿Ya tenemos un plan o huiremos a Egipto como la última vez? —Ares preguntó ansioso.
—Mi plan es que vayamos solo los Olímpicos y dejemos al resto aquí en lugar de ponerlos en riesgo. —Sugirió Hades.
