Snowman

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La tarde de la víspera de navidad se veía tan blanca, que Loki se quedó admirando con embobada fascinación como todo el césped de su parque estaba cubierto de nieve por todas partes. 
Ignoró la opresión de tristeza en su pecho, sabiendo que no tenía a nadie con quien compartir semejante vista. Loki había aprendido a convivir con su soledad durante casi toda su vida, y aunque a esas alturas ya eran casi mejores amigos, habían momentos como esos en los que hubiese dado su lugar favorito del sofá, por poder compartir aquello con alguien más. 

Alguien más que no fuese su gato, o la anciana vecina de al lado, que vivía sola, hablando del pasado, con su difunto esposo muerto en la guerra.
Loki casi podía ver su futuro en ella. 

Sin el esposo.

Y recordando sus años dorados de juventud tirados a la basura.

Dejando escapar un suspiro, y alejando sus grises pensamientos, tomó su abrigo y se dispuso a salir a la fría mañana casi navideña.
Lo que en verdad no era nada especial, pues todos sus días eran casi una réplica del anterior.

Sin embargo, cuando sus zapatos se hundieron en la nieve, su mente se volvió blanca, al igual que todo a su alrededor.
Quitándose uno de sus guantes, tomó un puñado de nieve del suelo, sintiendo el frío y la suavidad acariciando su piel. Amaba esa parte del año, en la que podía jugar con la nieve con total libertad. Después de todo la navidad... todo lo permitía.

- ¡Bien señor Snowman, hora de volver a la vida como todos los años! - Loki pronunció en voz alta con una leve sonrisa. Y poniéndose manos a la obra, armó a su gran y querido muñeco de nieve.

Muchos pensarían que estaba loco, pero armarlo se había vuelto una especie de ritual de cada año, y Loki le había tomado genuino cariño a él, y a sus largas charlas juntos.
Aunque su señor Snowman no estuviese vivo, se había sentido más oído por él que por mucha gente real que había pasado por su vida hasta entonces.

Loki se sentó a su lado, y comenzó a contarle sobre su año, sobre el gatito que había adoptado a mediados de Agosto, sobre lo difícil que había sido encontrar su libro favorito por todas las librerías de la ciudad, y sobre lo extraña que se ponía la gente entorno a las fiestas. Sus modos se suavizaban, se respetaban más, e incluso todos se deseaban cálidos augurios, aunque el resto del tiempo normalmente se odiasen.

Era incomprensible para él, pero extrañamente agradable.

- Ya sabes... no me llevo bien con las personas, pero me disgustan un poco menos cuando son más educados que lo normal. - Comentó, abrazándose a sí mismo para darse calor. El señor Snowman tenía brazos, pero eran dos ramas, y la única vez que había intentado abrazarlo, había tenido que volver a hacerlo.

- Ya sabes, querido. No debes comer tantas galletas... luego dices que te hacen mal. Y aunque me hagas ese puchero, no obtendrás una ración entera. Sabes que te amo, Steve, pero si las comes todas ahora, no tendremos galletas para comer en navidad... -

Loki tragó el nudo que se había hecho en su garganta al oír el monólogo de su vecina. La anciana le daba más pena de lo que solía admitirse a sí mismo, y lo cierto es que no se sentía mucho mejor que ella dialogando con un tonto muñeco de nieve.

¿Hasta qué punto podía llegar su propia miseria humana?

Echó una ojeada al señor Snowman, a su pequeño sombrero que había confeccionado el año anterior, a su nariz de zanahoria, sus brazos de rama, sus botones de mentira...

- ¿Por qué no puedes ser real? - Loki preguntó con tristeza, mientras sus ojos se empañaban oyendo a la anciana reír con su "esposo" al otro lado de la cerca.

THORKI - Colección de One-ShotsWhere stories live. Discover now