Capítulo 22 | Quiero intentarlo

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Damon

Me estacioné frente a la casa de mis padres con brusquedad haciendo que la tierra se levante, tenía que mantenerme tranquilo, sabía que no debía mezclar una cosa con la otra pero...

Lo podía haber arreglado yo. Dulce confió en mí.

Pero no, ella tenía que meterse, mamá siempre trataba de hacerse la interesante, por dios, dejé salir un largo suspiro antes de dar un paso dentro de la mansión. Pero que madre para más competitiva.

Incluso con nuestra no tan buena relación en la actualidad, seguía siendo persistente con lo que quería.

Cuando entré a la casa, nada había cambiado, más que las piezas de la horrible escultura ya no estaban, en su lugar se encontraba el David como nuevo.

Fantástico. En la hora que me tarde en regresar, ella lo había conseguido. No me gustaba perder, eso lo tenía bien claro.

—Hijo... —su voz a mis espaldas se escuchó como un llamado, ella quería hablar pero yo no quería hacerlo. —Necesitamos hablar sobre...

—Ahora no.

—Pero, hijo...

—No, mamá, no ahora.

Dicho eso, me encaminé a la habitación de mi hermana.

Cuando entré a la mansión no las había visto sentadas en la sala donde las había dejado antes de irme así que si no estaban ahí, la otra opción era que estuvieran en alguna habitación en la segunda planta.

Le di dos toques impaciente.

A veces me preguntó por qué dios no me dio tanta paciencia y por qué justo ahora se le antoja enviarme a una niña que hace agotar lo poco que me queda de esta bendita paciencia, supongo que era un tipo de intercambio, después de todo ella también me daba felicidad.

Ah, mierda, ya estoy diciendo tonterías.

¿Felicidad? ¿Dulce me hacía feliz?

— ¡Contraseña! —pidió una voz conocida desde dentro haciéndome sonreír.

Si, ella me hacía extrañamente feliz.

—Damon, el chico más sexi de Red Desert —declaré alto con gracia.

— ¡No! —contestó con una sonrisa de lado mientras abría la puerta.

— ¿Cuál era?

—Sapito verde —soltó con obviedad.

— ¿Sapito verde? —Pregunté con una ceja alzada — ¿Por qué sápido verde?

—No lo sé...—se encogió de hombros —Simplemente tuve un extraño deja vu —se tocó la cabeza un poco confundida —Vi un sapito verde muy bonito sobre una torta.

— ¿Es alguna forma de pedirme indirectamente que te compre una torta? —reí mientras desordenaba un poco su cabello, ella hizo un puchero mientras se alejaba.

—No, bueno, ya no importa.

— ¿Segura?

—Ujum, ah, demonios, olvidé avisarte que tú mamá...

—Sí, sé que ya solución nuestro problema —rodee los ojos quitándole importancia —Ella siempre trata de llamar la atención.

—Me recuerda a alguien —insinuó mirándome de reojo.

— ¿En serio? De seguro debe ser su hijo perdido.

— ¡Damon! —me regañó con una mano en la cintura, dios, se veía como un chihuahua rabioso —Al menos el desastre que provocamos ya está solucionado, alégrate por eso.

Prohibido Enamorarse de Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora