Capítulo 13 | Una dulzura y el demonio

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4 de enero

Damon

— ¿Por qué estás sonriendo?

Me deshice de mi sonrisa cuando la vi entrar a mi habitación, rápida y disimuladamente oculté el collar en el bolsillo de mi pantalón.

— ¿Por qué entras a mi cuarto sin tocar, enana? —Pregunté con una media sonrisa —Te aprovechas que ya no puedo sacarle las cabezas a tus muñecas

Ella sonrió mientras negaba con la cabeza, le había causado gracia mi comentario.

— Que infantil, además ¿ahora debo tocar? —Alzó una ceja de forma creída — Acaso ¿no sabes quién soy?

—Una enana, mi hermana.

—Soy Ada Vans —alzó la cabeza en alto y me miró de reojo.

No tardamos en echarnos a reír.

— ¿A que vino eso? —pregunté mientras le hacía espacio a mi lado.

Ada pareció estar tan perdida en su mente que ni siquiera me vio, simplemente se sentó en el sofá de lado, rendida.

—Mamá dice que siempre debo verme divina, única, inigualable, inalcanzable...—bufó cansada —Ella quiere que el mundo gire a mi alrededor. Es como si quisiera que sea...

—Perfecta. —terminé por ella con una sonrisa fingida.

Había olvidado la presión que conllevaba ser un Vans. Llevar ese apellido exigía tanto a cualquiera que portase ese apellido, no importaba la edad, ni la sangre.

Aún recuerdo todo el escándalo que sucedió con la abuela y mi madre, desde ese día papá se distancio de su madre. Todo por proteger a mamá y su felicidad.

Al parecer, la abuela había presionado tanto a mamá por ser perfecta para mi padre, la obligó prácticamente a perder su esencia, cuando papá se enteró de toda la presión innecesaria a la que había sometido su esposa, discutió con su madre y todo terminó en una disputa absoluta. La abuela abandonó la mansión con la excusa de que tenía que supervisar un reformatorio. Se fue sin despedirse, sin disculparse.

Desde entonces mi padre y la abuela no se volvieron a ver ni hablar, no hasta el funeral, cuando ya no pudieron decirse nada.

— ¿Cómo lo sabes? —me miró curiosa.

Para responder a su pregunta me puse de pie para sentarme a su lado y sobar su cabeza con cariño. La había abandonado. Había dejado a mi pequeña hermana con una gran carga.

— ¿Cómo sabes la presión que siento? —insistió curiosa.

— ¿Olvidas quién soy yo? —Sonreí fingiendo orgullo —Soy Damon Vans, enana, respétame o muere.

—Vaya...—ella se cubrió el rostro, la oí reír aun escondida entre sus manos —Esta familia solo produce hijos dominantes.

—Eso es verdad, ya veras, mis hijos serán dueños del mundo. —sonreí de tan solo pensarlo.

— ¿Seguirás esa estúpida tradición?

—Primero, no digas malas palabras —jalé suavemente su oreja recibiendo un golpe de su parte —Segundo ¿qué tradición?

—Mamá dice que los Vans son hijos de dos.

—Ah, te refieres al número de hijos —rodee los ojos desinteresado. —Eso es una completa tontería.

—Exactamente, mamá dice que cada Vans solo puede y debe tener dos hijos.

—Eso es estúpido —solté alto —Yo planeo tener mínimo 10.

Prohibido Enamorarse de Dulce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora