39: Lo que pasó en aquel lejano París

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—¿Qué vas a hacer con nosotros?

—¿Aún no lo sabes, mi pequeño gorrión? Voy a haceros parte de mí.

Nix volvió a abrir los ojos. El diálogo se había colado entre sus sueños y la realidad y cuando despertó no supo si lo había estado imaginando su subconsciente o lo había escuchado de verdad. Fuera como fuera, cuando consiguió volver a enfocar la mirada, no había nada tras los barrotes de oscuridades que reptaban como si se renovaran a sí mismos a cada segundo. Solo las paredes de ese laboratorio siniestro por las que se colaban la humedad y la jaula del gorrión abierta y vacía. Griffin había desaparecido, pero el frío recorriéndole las venas a cada latido y el ardor de los grilletes alrededor de sus articulaciones no. La sensación de debilidad se apoderaba de su cuerpo y le embotaba la cabeza y los músculos, como si fuera una conciencia vacía remojada en un cuenco de sopa caliente a la espera de derretirse del todo.

Cabeceó un par de veces antes de escuchar al gorrión piar. La cabeza casi le arrancó el cuello al dejarla caer hacia abajo para ver de dónde provenían los ruidos. El gorrión, con los ojos negros, le miraba como si esperara que se diera cuenta de algo, posado sobre el suelo de oscuridades reptantes de la jaula en la que estaba atrapado.

—¿Qué? —masculló Nix. La sangre le corría lenta por el cerebro y le costaba cada movimiento, más aún cada pensamiento.

El gorrión aleteó las alas con insistencia.

—¿Qué quieres decirme? —gritó Nix.

El gorrión pio con más fuerza, y sus graznidos fueron interrumpidos por una voz aguda entre medias que tan solo duró dos palabras. Las justas para decir "¡soy Elisa!" y volver a cambiar la voz humana por el piar.

Tanto el gorrión como Nix tardaron unos segundos en percatarse de lo que había dicho. El gorrión porque seguía piando después de eso, y Nix porque asociaba todo demasiado lento.

—¿Acabas de decir "soy Elisa"? —inquirió.

El gorrión se le quedó mirando con la misma expresión de sorpresa que tenía Nix, con el pico abierto y los ojos separados. Su cabeza se agitó arriba y abajo.

A Nix se le abrió la boca un par de veces, y volvió a cerrarla tres.

—Griffin te ha transformado —comprendió.

El gorrión volvió a asentir.

—¿Cuánto tiempo llevas atrapada?

Elisa pio, pero esta vez no salieron más que notas agudas de su pico azabache.

—Veo que no perdéis el tiempo.

Una voz, grave y familiar, irrumpió en su conversación. Por una puerta camuflada en la pared entró Griffin, con la sonrisa que goteaba y los ojos de petróleo. Dejó a la vista un estrecho corredor que desaparecía en la penumbra antes de cerrar.

—Tienes a Elisa atrapada en la forma de un gorrión —escupió Nix. Tenía la piel casi traslúcida. Las venas resaltaban a través de su cuello y su frente a cada latido, como cicatrices celestes, como si se contrajeran, y gruesas gotas de sudor casi opaco goteaban por los filos de su rostro.

—Así que ya te has dado cuenta. Bien, eso facilita las cosas. —Griffin se acercó al borde de la jaula en una zancada y se quedó en cuclillas. Miró al gorrión, que le devolvió una mirada tan negra como la suya—: ¿Qué dices, pequeño gorrión? ¿Te devolvemos el habla?

Elisa pio y aleteó.

—Me lo tomaré como un sí.

Griffin chasqueó los dedos, y no ocurrió nada. Elisa parecía reticente a intentar volver a hablar.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now