3: Elisa Margareth Hampton, (no) prometida

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El baño, una habitación minúscula que apenas disponía de lavabo y espejo, le sirvió a Nix para sacudirse el pelo, peinárselo otra vez a la moda de Londres, hacia atrás, y pensar. En su reflejo observó que su aura empezaba a descontrolarse de su cuerpo humano y brillaba levemente en la oscuridad en la que había decidido mantenerse. Las sorpresas impredecibles solían tener ese efecto en él. Pensaba en los ojos amarillentos del androide antes de su explosión y su destrucción, y en cuán importante debía ser lo que Hudson fuera a hacer en un futuro para aparecer tan temprano en su vida. Ahora que le había visto en acción, estaba seguro de que la razón por la que le habían enviado ahí era para asegurarse de que el chico hiciera un invento, o un descubrimiento, clave en la historia de la humanidad. Pero se preguntaba cuál.

Estaba pensando en cómo sería Alix de mayor y en todo a lo que tendría que enfrentarse para que le tomaran en serio cuando escuchó unos golpes en la puerta.

—¿Señor Hale? El té ya está.

—Voy.

Se concentró en reprimir su aura respirando hondo con los brazos arqueados sobre el lavamanos. Cuando lo consiguió, todo el baño volvía a estar en penumbra. Se miró en el espejo una última vez, y solo fue capaz de apreciar un brillo rojizo en el fondo de sus ojos. Salió después de mojarse la cara y el pelo. Alix le esperaba en el salón, una habitación con dos sofás, un sillón, una venta a lo lejos que daba vistas a un jardín sin árboles y una mesa de comedor en la que se había dispuesto tres tazas de té con su tetera correspondiente, terrones de azúcar de dos colores, leche, miel, limón y pastas.

—Muy inglés —susurró Nix para sus adentros, de forma que Alix no le escuchara.

Se sentaron y empezaron a beber en silencio. Cuando Nix iba por su segunda pasta y Alix por la cuarta —no sabía cómo le seguía entrando comida en el cuerpo después de aquel extenso desayuno—, se escucharon unos golpes insistentes en la puerta de entrada. Dejaron que pasaran unos segundos, pero no cesaban. Alix miró en un momento de confusión a Nix y se levantó a abrir, murmurando un apresurado "ahora vuelvo". Le dejó solo y aprovechó para mirar por la ventana que asomaba al jardín, desde el que una mariposa de alas negras y telarañas verdes golpeaba el cristal. Cuando se cansó de mirar a la mariposa, asomó desde su asiento con el cuello estirado para comprobar si era capaz de ver algo.

Los golpes no pararon hasta que Alix abrió la puerta y se encontró a una joven de más o menos su misma edad, con guantes blancos, un vestido de encaje rojo que se abombaba desde la cintura, una cabellera rubia y lisa y unos ojos azulados o grisáceos que destellaban en su rostro, mucho más grandes y desproporcionados de lo normal. Le conferían un aspecto de presa inocente y necesitada, como una muñeca a la que hubieran hecho perfecta y le hubieran dado vida.

—¡Oh, Alix, menos mal que te encuentro! —exclamó la joven antes de abalanzarse sobre él, rodearle en una especie de abrazo colgante desde detrás del cuello y hundir su cabeza en su pecho. Alix trastabilló hacia atrás para mantener el equilibrio y se agarró a la joven a su vez.

—Elisa, ¿qué haces aquí? —cuestionó entre asfixios. La chica se separó de él, y con los ojos enrojecidos y lágrimas espontáneas, sollozó:

—Necesito tu ayuda, Alix. Es muy urgente. ¿Puedo pasar?

Asintió, olvidándose de que tenía visita, y la guio hasta el salón donde Nix fingía no haber escuchado la conversación.

Levantó la vista de su té cuando los oyó llegar y Alix se sorprendió de verle ahí. Nix dirigió su mirada a Elisa, a la que se le habían evaporado las lágrimas en el momento en el que le había visto y trataba de mantener una expresión serena en vez de una de desagrado. Pero se notaba en el tic de sus párpados que no esperaba encontrar a más gente y que la presencia de aquel joven misterioso y feo no le agradaba lo más mínimo.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now