Epílogo

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En el puerto del Támesis hay un barco expulsando vapor. Un hombre uniformado grita colgado de una de las tablas inclinadas que unen la pasarela a la cubierta del barco que parte en diez minutos. Hay un montón de gente repartida por la pasarela con pañuelos al aire y las lágrimas en la sonrisa, despidiendo a seres queridos que saludan inclinados por encima de la cubierta. Dos adolescentes que llegan tarde corren desde la distancia, entreviendo las tablas del barco, y apartando a la gente a empujones para que les dejen pasar. Cada uno lleva una maleta en una mano y con la que tiene libre el chico de rizos cobrizos y ojos dorados guía a la chica de pelo corto y vestido a través de la gente. Llegan hasta el revisor justo a tiempo.

—¿Pasajes? —inquiere el hombre, con un bigote que le oculta el labio.

—Sí, aquí los tengo —masculla el chico, rebuscando entre sus bolsillos. Saca un par de tuercas, un plano doblado y un carboncillo, pero no los pasajes—. Mierda. No los encuentro.

—Los tengo yo. —Su amiga interrumpe la búsqueda frenética y le tiende al revisor dos boletos rumbo a Nueva York.

El revisor les da el visto bueno y se los devuelve agujereados.

—¿Puede repetirme su nombre, caballero? —pide.

El chico duda un segundo, pero luego se aclara la garganta y contesta.

—Nix. Nix Hale —masculla Alix Hudson, intentando creerse las palabras, como si le vinieran grandes.

El revisor asiente y se gira hacia Alicia.

—¿Y usted, señorita?

—Alicia Margareth Hampton.

—Suban.

El revisor se aparta y deja que pasen. Luego sube él mismo, y con la ayuda de dos marineros levantan la tabla. El barco leva anclas y pone en funcionamiento los motores. De la chimenea salen columnas negras de vapor que oscurecen el cielo, y Alix y Alicia lo contemplan desde un lado de la cubierta.

—¿Qué haremos cuando lleguemos a Nueva York? —inquiere Alix.

Alicia le mira, le sonríe, y se lleva una mano al vientre. Se acaricia la tripa. Le contesta a ella.

—Buscar una nueva vida.

***

20 años después:

Un fénix de aura roja y llamas latentes se convierte en un humano adolescente cuando aterriza sobre la plataforma blanca del Partenón. Tiene la tez pálida y los brazos largos. Los ojos candentes y una mirada anciana. Apenas aparenta más de veinte años, pero todos los ahí reunidos saben que aquel chico tiene más de doscientos.

El Consejo le espera reunido alrededor de una esfera de madera en la que se dibujan los países y continentes de la Tierra. Los ocho Consejeros, de ojos apagados y piedras preciosas, pómulos alisados y batas del color de sus auras, miran a Nix con curiosidad, un par de ellos con sonrisas, y él los mira a ellos de la misma forma. Su ropa, negra, destaca contra las columnas y el suelo de mármol claro y pulido.

Hinca una rodilla delante de los Consejeros y agacha la cabeza en señal de respeto. Se levanta viento entre las nubes sobre las que se posa el Partenón que agita su gabardina.

—Puede levantarse —ordena Sinkas, la líder del Consejo.

Nix se incorpora y los mira a todos, uno a uno, con una sonrisa rompiéndole el rostro. Supura un brillo grisáceo. Si bien su aura es roja, es la única criatura que vive entre los Cielos que no se vestía acorde a ella en público. En cambio, todos sus ropajes son negros.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now