17: En ristre y humeante

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La nigromancia y la magia oscura eran el equivalente negativo, el opuesto, a los poderes de los Cielos, y era por eso que estaban prohibidos y por eso mismo que eran muy codiciados. Se transmitían en los círculos más selectos del subsuelo, los daban las Criaturas Oscuras, y sus secretos se conferían en susurros y pactos de sangre. Tenían graves consecuencias, requerían de grandes sacrificios, y eran incontrolables. Solo criaturas con una pizca de fantasía en su sangre, con antepasados desterrados, podían albergar esa magia en su interior sin ser destruidos.

Griffin era un mortal. Sin antepasados ni fantasía, sin magia ni ambiciones oscuras, pero en el momento en el que había aparecido y le había mirado con esos ojos inyectados en sangre negra y esa sonrisa podrida, Nix había comprendido que había recurrido a la nigromancia y la magia oscura para hacerse con una falsa ilusión de poder incontrolable. Y que seguía vivo.

—¿Qué eres? ¿Qué quieres? —inquirió, asustado. El timbre de su voz se elevó un poco, apenas perceptible. Lo suficiente como para que Griffin captara que estaba aterrado. A Nix Hale nunca se le escapaba un solo gesto involuntario.

—Soy mejor que tú. Superior. Soy todo lo que tú eres incapaz de ser —escupió. Sus palabras iban cargadas de rabia y rencor, de ira y odio. Pero sonrió de forma podrida, con la boca negra y la sonrisa goteante, convertida en algo extraño, y le dijo con una falsa sensación de superioridad—. Y quiero ese papel que habéis cogido del suelo.

Alix, Elisa y Alicia se habían quedado petrificados, incapaces de reaccionar. Pero en ese momento Hudson se despegó de su cuerpo y adelantó un paso.

—Ranita... —le advirtió Alicia, los músculos congelados. Pero él no la escuchó, si no que alzó la voz, temblorosa y tartamudeante.

—¡N-n-ni hablar! —gritó—. ¡Eseses nuestra!

—Que ejemplar más curioso —musitó Griffin, con la cabeza ladeada y la lengua fuera—: Lástima.

Empujó las manos y dos columnas de sombras salieron disparadas hacia Alix. Le empujaron contra la pared del túnel, aplastándole contra ella, asfixiándole en un cúmulo de frío y pesadillas. Empezó a faltarle el aire y las fuerzas para patalear.

Alguien chilló. Probablemente Elisa, que, con la boca abierta, emitía sonidos demasiado agudos para ser escuchados. Las dos chicas miraban la escena horrorizadas, con las piernas derretidas en gelatina y la sensación de pavor creciéndoles desde las entrañas.

—¡Basta! —se entrometió Nix—. Suéltale.

Griffin le miró y su cabello cenizo resplandeció bajo la luz de un aura lívida.

—No. No hasta que me dé lo que quiero.

Apretó más las sombras en torno al cuello de Alix. Estaba a punto de dejar de sacudirse y rendirse cuando alguien sacó una pistola y disparó contra el hombro de Griffin. El disparo resonó con eco varios segundos por el túnel, acompañando al aullido, o rugido, de dolor que emitió el herido.

Alicia mantuvo la pistola en ristre y humeante, apuntando hacia él, con el pulso castañeando y la mirada enloquecida de terror.

Las sombras se retiraron de Alix y le soltaron. Se refugiaron en su amo, que se apretaba el hombro encogido. Hudson cayó al suelo y se quedó ahí, inconsciente, con el puño donde estaba el papel con la pista cerrado.

Alicia bajó el brazo de la pistola con miedo y Elisa aprovechó para correr sobre sus tacones y llegar hasta su amigo. Se puso de cuclillas a su lado.

Griffin miró a Alicia por encima de las greñas de su pelo y emitió una mueca de dolor.

—Te vas a enterar, niñita —rugió, con los labios retorciéndose alrededor de unos colmillos afilados.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now