Prólogo

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Año 159 de la Tercera Era Celestial: 1 de septiembre de 1800.

El Consejo se reunió para una sesión extraordinaria. Veteris, el primero de todos ellos, el primer Consejero creado, la Primera Criatura formada, acababa de ser desterrado al mundo mortal como una Criatura Oscura. Era algo sin precedentes y el Consejo se removía en sus asientos.

Nadie se creía del todo la excusa que había puesto Tanths, el único otro Consejero Primigenio que quedaba entre ellos, para su exilio, pero las pruebas no habían dejado dudas. Veteris ya no era el Consejero modelo, la Criatura idolatrada. Su aura había sido emponzoñada, sus intenciones habían dejado de ser puras. Había matado a cinco Criaturas sin razón alguna, o eso había sostenido Tanths, y se había vuelto loco.

Cuando se sentaron en sus asientos de mármol, el del centro quedaba vacío. El décimo estaba desocupado.

—¿Quién...? —tartamudeó Yellh—. ¿Quién va a sustituir el décimo puesto del Consejo?

Su voz se hizo eco por todo el Partenón. Los Consejeros se encogieron en sus sillas al escuchar la pregunta que todos ellos habían temido y rumiado en silencio. Se hizo un silencio que nadie se atrevió a romper. Los nueve restantes tenían miedo. Se miraban unos a otros inquietos, querían salir de sus asientos, golpeaban los reposabrazos con un tic inconstante. Tanths era el único que, con sus ojos sin pupila y su blancura cegadora, parecía saber qué hacer.

—No habrá sustituto para Veteris —reverberó. Todos dirigieron su mirada hacia él.

—¿Qué quieres decir? —cuestionó Sinkas. Su voz, normalmente parecida al aullido del viento, se había escondido en su garganta. Ahora era un mero silbido entre los dientes. Aferraba el asiento con nudillos blancos, como si fuera una forma de evitar echarse hacia delante y correr hasta desaparecer, o huir.

—Nadie, más que nosotros, debe recordar a Veteris —explicó Tanths—. Debe quedarse en el olvido. Las demás Criaturas no deben saber nada de su existencia. No pueden saber que un miembro del Consejo pecó, pues supondría motines, rebeldías, desacuerdos. No nos lo podemos permitir.

—¿Y cómo piensas hacer que las Criaturas no pregunten sobre Veteris? —inquirió Bloms. Su voz se elevó hasta convertirse en el ruido de una manda de olas chocando contra un acantilado, embistiendo contra las rocas, con la espuma salpicando—. ¡Por el Partenón! No hay una sola Criatura en todos los Cielos y el Subsuelo que no conozca existencia. En cuánto se den cuenta de su desaparición, empezarán a hacer preguntas. ¡Ya lo están haciendo! ¿Crees que las Criaturas Oscuras no tratarán de vengarse? Ahora es humano, mortal, débil. Aunque siga conservando parte de sus poderes, es vulnerable. Le matarán en cuanto corra la voz.

—Es que nadie va a recordar su existencia —interrumpió Negren. Él no se removía en su asiento ni hablaba con gritos. Se reclinaba contra su respaldo y susurraba, como si ni siquiera fueran importantes sus palabras. Las sombras se arremolinaron a su alrededor, crecían y empequeñecían con cada una de sus respiraciones. Sus ojos se perdían entre el color de su rostro, piel y túnica—. ¿Verdad, Tanths?

Tanths miró a Negren de frente. Parecía molesto.

—Cierto —dijo al fin, chasqueando la lengua. Dejó de mirar a Negren y se dirigió a los otros ocho miembros del Consejo—: Vamos a hacer que todo el mundo olvide la existencia de Veteris.

Su voz rebotó por las paredes del Partenón, como el eco de una tormenta en una cueva oscura. Por unos segundos, fue lo único que se escuchó. Después, todo el mundo empezó a gritar.

—¿Qué quieres decir?

—¡Eso es imposible!

—¡Va contra las normas!

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now