23: Vivir desesperado

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Antes de que Nix pudiera reaccionar a lo que había dicho, Sinkas intercambió posiciones. Ahora era él el acorralado contra la pared, y ella, aún con esa sonrisa divertida y esa chispa en los ojos. Se pasó la lengua por los labios, disfrutando de aquella pequeña cacería.

—Suéltame —ordenó. Por un momento, había creído que podría con ella. Se había olvidado de que Sinkas era una Consejera, una criatura anciana, con mucho más poder que él.

—Cómo gustes —respondió. Le soltó y Nix cayó resbalando por la pared hasta el suelo. Se levantó tosiendo, pero aún necesitaba respuestas. La rabia y la frustración aún le corroían las manos y le mandaban calambres electrificados por todo el cuerpo—. ¿Qué era de lo que querías hablar?

—Griffin.

La sonrisa divertida de Sinkas se congeló. La hiel pasó a cubrir su rostro, la escarcha expandiéndose por su expresión, el frío helándole la mirada. Aquella expresión duró poco, milésimas de segundo, las suficientes para que Nix se diera cuenta.

—¿Tu antiguo misionado? —replicó, fingiendo que no sabía de qué hablaba.

—Le he visto. En unos túneles. —Cerró los ojos y emitió una especie de risa escabrosa cuando lo recordó, apoyando un brazo arremangado contra la pared, que parecía arrebatar el aire de sus pulmones. Volvió a abrir los ojos y se miró las uñas de la otra mano, las chispas rojas que seguían danzando en el interior de la carne como si fuera una vitrina transparente de fuego. Luego añadió, en voz baja, y con una sonrisa desquiciada y siniestra creciéndole a medida que sus palabras se entrelazaban unas con otras—: Casi mata a dos de los humanos que iban conmigo. Pero eso no ha sido lo peor, no. Ha sido ver cómo se transformaba. ¿Tú sabías que podía hacer eso? Bueno, claro que no parece ser capaz de controlarlo, pero lo hace. Y esas sombras... ¿Cómo las llamabas tú? Tenían un nombre...

—Oscuridades —recordó Sinkas. Ya no había brillo en su mirada, ni ese resplandor violeta a su alrededor. Miraba a Nix con terror por sus palabras, con un tono lúgubre y sombrío—. Se llaman oscuridades.

—¡Eso era! Sí, recuerdo cuando me las enseñaste. Que miedo me dieron. Creía que solo las criaturas elegidas por el Consejo eran capaces de usarlas. Imagínate mi sorpresa cuando salieron reptando del suelo y el techo y de ellas apareció Griffin, y luego usó esas mismas oscuridades para empujar a mi misionado contra la pared y casi asfixiar a otra de las mortales.

—Y lo son.

—Entonces hay algo que no me estás contando.

Sinkas no se atrevió a responder.

—¿Averiguaste por qué Negren me espía?

Silencio otra vez. Nix se inclinó frente a ella y agachó la cabeza para mirarla a los ojos que se habían perdido en el estupor del suelo. Tenía el pelo revuelto, los rizos cayendo sobre su frente oscura, arremolinándose en bucles que se tragaban la luz de los ventanales.

—Dime la verdad, Sinkas. ¿Me habéis mandado a esta misión por qué sabíais que Griffin estaría aquí y ahora, y se interesaría por lo mismo que Alix Hudson, mi misionado? ¿Es esto una especie de trampa?

—Se acabó la reunión —dictaminó ella. Se elevó sobre los talones, a punto de evaporarse en el aire y dejarle solo, pero no estaba dispuesto a dejarla marchar sin aquellas respuestas. Levantó una mano y la sujetó del tobillo justo antes de que tratara de evaporarse. No lo consiguió. Nix tiró de ella hacia el suelo y sujetó a Sinkas de la muñeca.

—Tienes que contestarme —pidió. Los lunares de su rostro se desperdigaban por su cara, caían por su cuello, huían al resto de su cuerpo, dejando a sus ojos desamparados. Unos ojos que la miraban con temor, bien abiertos, para que pudiera ver en ellos aquella vulnerabilidad que le dolía tanto mostrar.

Sinkas apartó la mirada.

—No puedo, Fénix. Lo siento.

Se acercó a ella, persiguió su rostro, y acabó besándola, con desespero, como si bebiera de sus labios, o más bien como si depositara en ellos su sufrimiento. Podía aguantar cualquier cosa salvo el desconocimiento. Salvo que le ocultaran cosas, salvo no saber qué estaba pasando, qué sabía alguien que él no. Le hacía sentir humano, incierto, y hacía mucho que había abandonado aquella condición, aquella mortalidad débil, aquel envoltorio delgado y traspuesto, aquellos recuerdos que le perseguían, todo aquello que le hacía inferior. Por eso sentía esa punzada de terror, dolor y miedo en su interior, por eso se encontraba así de desesperado, porque Sinkas sabía y él no, porque era su talón de Aquiles y ella tenía la flecha apuntando.

Sinkas se apartó de él y negó con la cabeza.

—No puedo.

Le miró como si quisiera trasmitirle con la mirada que lo sentía, la orden que venía de arriba que la prohibía hablar, el secreto que atenazaba sus labios y le cerraba la boca. Finalmente volvió a evaporarse y sus ojos se deslizaron hacia arriba, y esta vez Nix no se lo impidió, sino que se quedó solo. Cuando las últimas volutas de púrpura desaparecieron en el aire, gritó, y su aura se despegó de él, creciendo hasta la cúpula. Le dio un puñetazo a la pared que hizo que todo el palacete temblara, y una grieta desigual creció desde el punto en el que había hundido los nudillos hasta la cima, resquebrajando incluso el cristal del techo. Su aura le copió el movimiento, y rugió con él.

Sacó el puño del boquete que había formado en la pared y salió por la puerta sin coger ni el abrigo, ni el sombrero, ni la gabardina, ni la bufanda.

En camisa y pantalones, llegó hasta el límite de la tierra que ocupaba el palacete. Había anochecido y a la ciudad la cubría un manto tenebroso. A la niebla la había arrastrado de vuelta el mar y se asentaba ahora a los pies de la ciudad, por debajo de los tejados de los edificios.

Levantó alas y se transportó hasta el techo de una casa cercana. El Big Ben, aquella magnífica torre, tenía el reloj iluminando los edificios como una segunda luna, más cercana y redonda. Esa noche recorrió todos los tejados de Londres mientras el aire frío se colaba por su camisa y le arrebataba los pensamientos, le enfriaba el corazón y le ralentizaba los latidos, le calmaba la respiración. Llegó hasta la torre del reloj con los pies cansados y el alma agotada, y se detuvo en la punta a observar toda la ciudad que se abría a sus pies, las casas que rompían con los altos edificios, las calles como canales hundidos en la piedra.

Aquella noche se durmió sobre un tejado y despertó sin ganas de bajarse de él nunca más.

***

No sé vosotros, pero ahora que releo este capítulo me ha encantado :(. 

Fun fact: Estoy reescribiendo 5CMNSS (cómo ya sabréis si me seguís en Instagram), y se me hace raro compaginar al Nix de Cenizas en la noche con el de 5CMNSS JAJAJAJA. Es que son muy diferentes, idk. Este es más joven e inexperto y me parece muy tierno.

En fin.

¿Qué le estará ocultando Sinkas a Nix? Sabemos que sabe más de lo que dice...

¿Qué opináis de los pensamientos de Nix? :( Cosita.

¿Qué os ha parecido el capítulo?

¡Muac a todos vosotros, fénixes londinenses! ;)

¡Muac a todos vosotros, fénixes londinenses! ;)

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