5: Dos semanas después, fuga

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Habían pasado al menos dos semanas desde que conociera a Alix y Nix no había vuelto a tener noticias de él. Había seguido yendo al café donde le viera por primera vez, pero no había aparecido. Había preguntado al tabernero y lo único que había sacado en claro era que se alegraba de su ausencia porque, en sus propias palabras, "ese chalado espanta a la clientela".

Llegó a plantearse pasarse por su casa para comprobar si se había inmerso en un nuevo invento o una mejora del anterior, pero no quería parecer desesperado. En cambio, se paseaba por Hyde Park y observaba a la naturaleza humana comportarse. Si se sentía inspirado por una mujer con corsé que sustituía a sus costillas, sombrilla y barbilla alzada, pero fealdad extrema, se sentaba a la sombra de un árbol y la dibujaba. A veces se interesaba por las ancianas aburridas y los hombres despechados que se sentaban cerca de la orilla del lago a dar de comer a los patos y los cisnes que pululaban y graznaban cerca porque olían las migas de pan en sus bolsillos.

Al cabo de unos días, la mitad de su cuaderno estaba repleto de escenas de conmovedora cotidianidad.

Se encontraba en uno de esos momentos, dibujando a una pareja que tenía su primera cita a bordo de una de las barcas del lago, ella con sombrilla y él remando, cuando una sombra se interpuso sobre su dibujo.

No le hacía falta alzar la vista para saber que Alix Hudson requería de sus servicios, pero lo hizo igualmente. Se encontró con una versión demacrada del chico desastre al que había conocido dos semanas atrás. Apretujaba su sombrero de copa entre las manos como si fuera un paño que escurrir y le miraba con el rostro limpio de grasa y hollín, pero con unas ojeras mucho más pronunciadas y un semblante blanquecino que le confería un aspecto enfermizo, como si llevara semanas en vela preocupándose y estuviera al borde de la muerte. Nix tenía la sensación de que era la primera vez en mucho que salía a que le diera el sol.

—Hudson. Hola —saludó. Los ojos dorados de Alix se escurrieron por su rostro como si no encontraran un punto al que agarrarse, aún a pesar de todos los ángulos, rectos, obtusos y agudos y salientes que conformaban a Nix.

—Señor Hale. Menos mal que lo encuentro. Sé... Sé que hace semanas que no contacto con usted, y que solo hemos hablado una vez, y que quizás no recuerde qué hago aquí, pero estoy desesperado. Y, y... Y recordé que usted me dijo que me esperaría aquí si alguna vez quería volver a verle, y pensé en probar. Sé que quizás es mucho pedir, y... y que usted no tiene ninguna clase de deuda conmigo, pero realmente necesito ayuda y ya no sabía a quién acudir. Y como usted conoció a Elisa, la señorita Hampton, pues pensé que podría estar dispuesto a echarme una mano. Pero si no, y le resulto molesto, le ruego que tan solo me lo exprese y yo me iré por donde he venido y no tendrá usted que volver a verme en la vida. Lo prometo... Pero le necesito.

Nix se había quedado boquiabierto. Se encontraba apoyado contra la pared de la caseta de alquiler de barcas, sentado sobre la hierba y con las piernas extendidas. Había decidido dejar el sombrero en casa y se había quitado la gabardina, pues disfrutaba de uno de esos extraños días londinenses en los que el sol brillaba y reflejaba la luz en forma de brillantes ondas sobre el lago. Iba vestido con una camisa blanca de mangas arremangados y un chaleco sin brazos negro. Llevaba un pantalón largo.

Alix, en cambio, tenía pinta de no haberse siquiera parado a mirar el cielo al salir de casa y haber cogido lo primero que se encontraba en su armario. Llevaba una gabardina larga de lana de color gris, junto a unos pantalones color caqui y una corbata roja deshecha. Su camisa tenía una mancha marrón cerca del cuello y tenía el pelo despeinado y enredado. Se sujetaba las manos y trataba de girarse los dedos.

Nix no sabía muy bien qué decir.

—Cuénteme qué ha pasado —decidió—. Y quítese ese abrigo, por el amor de Dios, que debe estar a punto de derretirse ahí dentro. ¿No ve que hace calor?

Alix no se atrevió a sonreír. En cambio, hizo lo que se le había pedido y se dejó caer sobre la hierba como si ya no pudiera sostenerse a sí mismo y la gravedad hiciera que pesara demasiado. Cerca, muy cerca, un zorro de color rojo se escurría entre los árboles.

—Es sobre Elisa, señor Hale. Es horrible, no sabe cuánto. ¿Recuerda lo que dijo cuándo la conoció? ¿Sobre qué querían casarla?

—Sí, lo recuerdo. Tenía un gran disgusto y se resistía a ello con garras y dientes. Una buena primera impresión, un espíritu inconformista.

—Así es, así es ella. Pues bien, ¿recuerda que le dije que encontraríamos la forma de que se quedara en Londres y soltera? Me temo que la ha encontrado ella misma.

—¿Qué quiere decir?

La mirada de Alix había empezado a oscurecerse y miraba a su alrededor frenético, como si temiera que cualquiera pudiera estar espiando su conversación y tuviera riesgo de arresto.

—Elisa se ha escapado de casa. Su tía Rose, su tutora, no sabe dónde está, ni dónde puede estar. No se ha puesto en contacto conmigo, no ha venido a mi casa, probablemente porque creería que si lo hiciera la descubrirían. No sé dónde está, ni qué ha sido de ella, desde hace dos semanas. Temo por ella, señor Hale. Por su vida, su honor y su virtud. Temo que pueda haber cometido un grave error o que se haya visto envuelta en algo peor que un matrimonio de conveniencia. Ya no sé qué más hacer para buscarla, señor Hale. Realmente necesito ayuda, y no sabía a quién más acudir.

—Ha hecho usted lo correcto, señor Hudson. Le ayudaré a buscar a la señorita Hampton, y le prometo que la encontraré.

Alix pareció relajarse por primera vez en dos semanas.

—¿De verdad? —Nix asintió—. No sé cómo podría agradecérselo, señor Hale. Muchísimas gracias.

—No hay por qué darlas. Lo único que le reprocho es no haber venido a buscarme en el momento en el que ocurrió. Ya la habría encontrado.

Alix le miró como si no fuera suficiente y tuviera la necesidad de agradecérselo de alguna forma, como una patología que le impulsara a ello. Nix le observó y captó esos sentimientos incomprensiblemente humanos en el poso de sus ojeras.

—Pero si quiere hacer algo a cambio por mí, por favor, llámeme Nix. Nunca me ha gustado que me llamen señor Hale.

La sonrisa mecánica de Alix traqueteó hasta formarse completa.

—En ese caso, llámeme Alix.

Nix asintió y consiguió sonreír una vez más.

***

¿Dónde estará Elisa? :/. ¿Qué harán para encontrarla? ¿Qué pasará en esa búsqueda? 

¿Qué os ha parecido el capítulo? :). Sé que ha sido cortito, pero no os preocupéis que el siguiente no lo es ;). 

Muac a todos vosotros, fénixes londinenses ;)

Muac a todos vosotros, fénixes londinenses ;)

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Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now