20: Acusaciones de Diablos

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Alix había convocado una reunión en el salón de su casa. La señora Rogers les había llevado té, café y bollos para desayunar, aún algo pálidos, y unas mantas para que Alicia y Alix se cubrieran con ellas.

Hudson miraba a Nix con rencor, pero no apartaba la vista de él. Nix prefería mirarle de soslayo y centrarse en su pasta untada en café.

—¿Para qué es esto, Alix? —cuestionó Elisa, toqueteándose los dedos.

—Para recibir respuestas.

Los tres dirigieron sus miradas a Nix. Él levantó la cabeza, los miró uno a uno y volvió a bajarla.

—Yo tengo un par de preguntas —interrumpió Alicia. Miro a Alix—. Esto... Bueno, tú no lo verías porque estabas desmayado y todo eso, pero el hombre... Griffin. No era humano. No cien por cien. Hubo un momento, después de que intentara atacarme, en el que Nix le acorraló contra el suelo, y parecía...

Dejó los ojos perdidos en un punto sobre el mantel que quedaba muy cerca de Nix, como si se hubiera perdido en los recuerdos.

—Metamorfoseado —completó Elisa. Alicia volvió en sí.

—Eso. Parecía obra del Diablo. Y esas... Sombras negras que empujaron a Alix y casi me asfixian —se atragantó con su saliva—. Esas sombras eran infernales, no hay duda. ¿Qué era eso, Nix?

Nix terminó de reblandecer su bollo y bebió un trago de café.

—¿Por qué creéis que yo tengo las respuestas? —contestó al fin.

Fue Alix el que respondió, con la voz dura y los ojos fijos en él.

—Porque le reconociste. Cuando fuimos a buscar a Elisa sabías que vivía en esa casa. Y cuando apareció en los túneles, sabías quién era, y él sabía quién eras tú. Así que sabes más que nosotros.

—«Soy mejor que tú. Superior. Soy todo lo que tú eres incapaz de ser». Esas fueron sus palabras exactas —recordó Elisa, con la cabeza gacha. Nix ladeó la mirada hacia ella.

—¿Y por qué no le preguntáis a ella sobre Griffin? Ella le encontró. Él la acogió durante dos semanas. ¿Qué pasó en esas dos semanas, Elisa? ¿Con qué mentiras te embaucó?

Las palabras de Nix no eran tranquilas, pero su tono de voz sí. Los puños de Elisa temblaban, y toda ella se movía en escalofríos.

—¡Basta! —exclamó Alix—. Te estoy preguntando a ti, Nix. ¿Qué se supone que es ese hombre? ¿Qué se supone que eres ?

—Era un grifo —soltó Alicia de repente. Nix levantó la mirada hacia ella, sorprendido.

—¿De qué hablas? —cuestionó.

—La figura en la que se convertía Griffin. Un grifo. Mitad águila, mitad león. Sus piernas se convertían en las de un león, su cabeza se volvía la de un águila. Soltaba plumas, plumas marrones. Lo recuerdo. Mi... Mi madre me contaba historias sobre criaturas mitológicas —explicó.

La mirada de Alicia iba más allá del té verduzco. Se perdía en su reflejo sobre las aguas calientes, en esa escena, en ese trauma que rebotaba por su mente, que se repetía.

—Eso es imposible... —masculló Alix—. Un pacto con el Diablo.

Se santiguó, murmurando por lo bajo. Después se volvió hacia Nix. Sacó el dedo índice de debajo de las mantas y le señaló.

—Tú —acusó—. Tú tienes algo que ver.

Nix le miró con los ojos entrecerrados. Empezaba a dejar de gustarle Alix, con sus acusaciones, sus gritos, sus órdenes.

Cenizas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora