1: Alix Hudson, caótico y desastre

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Amanecía sobre Londres. Las neblinas de la noche anterior se habían disipado y el sol había conseguido abrirse paso por entre los tejados de la ciudad. Tan solo una fina capa de película nubosa cubría los adoquines de las aceras. En una cafetería de una calle en la deriva del Támesis, en una mesa junto a la ventana con vistas al río y el recientemente construido puente de la torre de Londres, Nix desayunaba un café y tostadas, aún en contra de los deseos e insistencias del camarero de servirle lo que él llamaba "un verdadero desayuno inglés", tan consistente que le serviría a él y a tres personas más y no necesitarían comer el resto del día. Tapando su rostro y su comida, había un periódico de tinta casi fresca que trataba de difuminarse hacia las yemas de los dedos de Nix y mancharle las manos.

Esperaba paciente a que entrara por la puerta Alix Hudson. De horarios imprecisos, Nix llevaba esperándole un cuarto de hora.

Cinco minutos después, la puerta se abrió de golpe y el aire procedente de las aguas anaranjadas y grisáceas del Támesis se coló por ella. Las hojas no sujetas del periódico de Nix oscilaron hasta cubrir dos tercios de la superficie de su café. Lo sacudió para apartarlo de su cara y lo aplastó contra la mesa. En la puerta abierta había un chico con el sombrero desplazado, una gabardina gris abierta, una bufanda granate sin anudar, rizos despeinados y ojeras largas. Nix observó el archivo sobre Alix Hudson que le habían dado. La foto coincidía con el chico desastroso y caótico de la entrada.

Por una esquina de la puerta se asomaba un hocico rojizo y unos ojos zorrunos que desaparecieron cuando Alix entró en el café, dejó que la puerta se cerrara por su propio peso a su espalda y se acercó a la barra.

—Un desayuno completo, por favor —le pidió a un camarero, que dejó de restregar la barra con un trapo ennegrecido para atender su pedido. Alix se despegó de la barra y se sentó en la mesa de detrás de Nix. Miró por la ventana, apoyó un rostro cubierto de hollín en una mano cubierta de grasa y con la que le sobraba empezó a tamborilear sobre la madera, creando un ritmo en el que empezaba chocando el meñique y acababa con el índice, saltándose el pulgar, que mantenía todo el rato apoyado. Después de tres minutos, Nix había observado que, aunque parecía distraído, se centraba en aquel golpeteo de dedos. Cuando se confundía y tamborileaba el dedo equivocado, o a un ritmo equivocado, se frustraba. Estaba tres segundos sin ruidos, tratando de concentrarse en cómo era el patrón, y volvía a empezar.

Finalmente, el camarero llegó con dos bandejas y cuatro platos. En uno había huevos revueltos y bacon. En otro, salchichas y tostadas. En otro de ellos un surtido de bollería, y en el cuarto dos tazas, una con café y otra con agua caliente. A su lado, terrones de azúcar y bolsas de té.

Alix le dio las gracias con un asentimiento de cabeza al camarero, se quitó el sombrero, que dejó al otro lado de la mesa, y el abrigo sobre el respaldo, y como si llevara meses sin comer y estuviera famélico, empezó a tragar. Pinchadas de huevos con lonchas enteras de jamón. Medio bollo untado en café. Tres tragos de té para bajar las salchichas. En diez minutos, el bufete que le habían brindado había sido mermado a la mitad, y Nix, que le observaba a través del reflejo en el espejo, apenas podía creerse que en un cuerpo tan delgado y escuálido pudiera caber tanta comida.

—Pero... ¿dónde mete la comida? —masculló. Demasiado alto, porque Alix renunció a su frenética ingesta de alimentos y, tragando fuerte para que la comida que aún masticaba se fuera reptando por su esófago, se dio la vuelta sobre el respaldo de la silla y le miró.

—¿Perdona? —inquirió. Nix cerró los ojos cuando se dio cuenta de que se refería a él, maldiciendo mentalmente haber hablado. Ahora tendría que acelerar su plan. Solía espiar a las misiones unos días antes de atreverse a hacerse notar, normalmente tres, a veces una semana, para tener información sobre cómo presentarse. Sin embargo, esta vez se había quedado sin esa opción y no le quedaba más remedio que presentarse mucho antes de lo previsto.

Cenizas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora