43: Antes de que todo se incendiara

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Nix creyó que seguía atrapado entre pesadilla y pesadilla cuando entreabrió los ojos y observó la oscilación de un brillo violeta entre tanto negro.

Un latido lento, congelándole las venas. Otro aún más lento, derritiendo el hielo de las paredes sanguíneas. Notaba las esquirlas de la escarcha clavándose en él, en sus glóbulos rojos y siendo transportadas a través del riego sanguíneo. Se le congelaban los capilares del cerebro, las paredes de los ventrículos del corazón, las arterias principales...

—¿Nix? —inquirió el brillo violeta. A pesar de que hablaba, Nix no asoció el sonido a estar despierto. Tenía la vista borrosa y solo distinguía manchas de humo negro balanceándose entre pestaña y pestaña, hexágonos de luz provenientes de las lámparas, y esa especie de fogata que en vez de naranja se le aparecía morada. Había dejado de sentir las extremidades salvo cuando sentía dolor en ellas, y podía sentir cómo fluía la sangre desde su corazón, cómo pasaba por detrás de sus pulmones, entre la espalda y la caja torácica, y volvía al corazón, como si la sangre le rodeara el pecho en un lazo y apretara.

—Nix. Soy yo, Sinkas.

—¿Sinkas? —La palabra salió deslizándose de su boca. Salió con las eses alargadas, como si se hubieran quedado enganchadas a su paladar, precipitando la "k" hacia el suelo.

—Tienes que escucharme, Nix. Sé cómo sacarte de aquí, pero solo podré mantenerte fuera una noche. Las oscuridades con las que están hechas estos barrotes bloquean la magia, incluso la mía. ¿Me has entendido?

—¿Para qué quiero salir?

Sinkas parpadeó al otro lado de los barrotes de humo negro. Nix tenía las pupilas contraídas, la piel transparente, sudor en cada esquina de su cuerpo, y Sinkas no estaba segura de que pudiera cerrar la boca o los ojos de forma completa, porque siempre había una ranura entre labio y labio y entre párpado y pestaña.

No sabía cuánto más podría sobrevivir.

—Para descansar.

Nix hizo un intento de negar con la cabeza, pero apenas pudo moverla unos milímetros. Le pesaba.

—¿Me dolerá?

—No más que está prisión.

—Vale.

Sinkas asintió. Seguía viéndola como una única mancha borrosa que se fundía con los bordes de su visión, pero sintió el calor de su hechizo cuando empezó a reptar a su alrededor, envolviéndole.

—Imagina a dónde quieres ir y aparecerás ahí. Tiene que ser un sitio que hayas visto con anterioridad, y recuerda que volverás aquí al amanecer. Aprovecha bien el tiempo —susurró, antes de que los grilletes soltaran a Nix y dejara de verla. Mientras, el hechizo contrajo las moléculas del cuerpo de Nix, lo plegaron y destrozaron sus partículas. Hicieron que volvieran a reconstruirse en el lugar en el que había estado pensando.

***

—Te queda bien ese color.

Alicia estaba mirándose al espejo, imaginando cómo le quedaría un vestido color granate que le había cogido prestado al armario abandonado de Elisa, cuando se dio la vuelta, sobresaltada. Se encontró a Nix, apoyado en el marco de la puerta de su habitación en la pensión de la señora Rogers y cruzado de brazos, como una sombra fundiéndose con la noche.

—¿Nix?

Nix se despegó del marco de la puerta y entró. Las luces de la calle y las farolas que se colaban por la ventana en una mezcla de platas y dorados alumbró una ranura de su rostro, y Alicia pudo ver lo desmejorado que se encontraba. Tenía la piel extremadamente pálida, del color blanco de los reflejos de la luna, y la frente sudada. Al andar, titubeaba, como si no se hubiera acostumbrado a caminar en un cuerpo nuevo y estuviera haciéndose a la idea de que tenía piernas. La forma elegante en la que se deslizaba sobre el suelo había quedado atrás, y su traje, antes tan pulcro y limpio, estaba arrugado, manchado y agujereado.

Cenizas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora