30: Coordenadas en libros extraviados

86 22 49
                                    

Nix despertó con una extraña sensación de alegría inundándole los pensamientos. Recordaba vagamente fragmentos de lo que había ocurrido antes de dormirse. Recordaba el brillo violeta de la presencia de Sinkas y sabía, racionalmente, que había algo mal, pero no relacionaba ese pensamiento con un recuerdo concreto, con una sensación, si quiera. Era como si le hubieran arrancado parte del cerebro, pero no supiera cuál.

Se levantó del sofá con las articulaciones agarrotadas. Le pesaba el cuerpo, pero más la cabeza. Miró a su alrededor y se fijó en la mesita de noche. Había marcas de dedos en el polvo, como si alguien hubiera agarrado algo que había estado ahí encima por poco tiempo.

Y recordó el libro. O partes de él. Se sentía feliz cuando pensaba en él, y no sabía por qué. En su interior sabía que debía preocuparse por ello, pero no conseguía que sus emociones concordaran.

Trató de hacer memoria de todo lo que había leído, o visto, o pensado, pero había una negrura donde debían estar sus recuerdos. Y le dolía la cabeza muchísimo mientras lo intentaba.

Decidió desistir, porque sabía que su falta de recuerdos y su sensación de felicidad tenían que ver con Sinkas y con sus dos visitas, y una cálida sensación que empezó en su frente y se expandió por el resto de su sangre.

***

Llegó a casa de Alix a mediodía. Se le había pasado el efecto del hechizo de Sinkas y volvía a hacer alarde de todo el mal humor que le provocaba que le hubieran robado recuerdos e información. Solo se le ocurría una forma de recuperarlos, y para eso debían resolver el misterio de Veteris, o Gru Benedict Benlock, o cómo diablos se hiciera llamar. Por suerte, a Sinkas no se le había ocurrido esconderle el recuerdo del nombre de una biblioteca mortal, la British Library, impreso en la primera página del libro, debajo de un título escrito en Exactam.

El sol le atizaba la sombra y se la perdía cuando entró. La señora Rogers no se molestó en salir de la cocina, acostumbrada ya a las idas y venidas de los nuevos y extraños amigos de Alix, preocupada por sus compañías en secreto.

Se encontró a los tres reunidos alrededor de un almuerzo en el salón. Se sorprendió al darse cuenta de que sobre los hombros de Alicia descansaban las mangas de un vestido sencillo que la bajaba hasta los tobillos. Se había vestido como una mujer, de colores sobrios, sin dejar casi nada descubierto, pero con un vestido. Le dirigió una mirada de reojo, preguntándose el motivo del cambio, pero no dijo nada. También se había cubierto el pelo con un pañuelo de color beige para disimular los mechones trasquilados.

Cuando se giraron para verle entrar, era como si le estuvieran esperando.

—Mira quién ha vuelto. —Alicia fue la primera en hablar. No comentó nada respecto a su nuevo cambio de imagen. En cambio, entrecerró los ojos, evaluando su expresión malhumorada, sus puños cerrados, la tensión de sus hombros—. ¿Estás dispuesto a contarnos por qué te marchaste con tanto afán por el secretismo ayer?

¿Llevaba los labios pintados?

Nix resopló.

—Coged las chaquetas. Vamos a la British Library.

***

La Biblioteca nacional del Reino Unido, situada en Londres, tenía estanterías kilométricas, bóvedas de vértigo y miles, cientos de volúmenes enclaustrados entre sus estantes. El olor a viejo y páginas amarillentas se escapaba de cada poro de las hojas y las cubiertas de cuero y penetraba el ambiente. Olía a conocimientos en cuanto abrías la puerta.

Nix le echó un vistazo a la biblioteca con los ojos vidriosos. A Alix se le desencajó la mandíbula.

—¿Vamos a buscar la siguiente pista entre los libros? —inquirió—. Porque no me negaría a leer los de la parte de ingeniería.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now