6: Taberna de investigación de campo

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—¿Cómo piensa encontrarla?

Era de noche. Nix le había pedido a Alix que se encontraran a las afueras del Soho, un barrio de muy mala reputación, de casuchas pobres, inmigrantes ilegales y tabernas de mala muerte que se ocultaban entre las tinieblas de oscuridad y la niebla de Londres para que cuando sonara la campanada de la medianoche las prostitutas, los robos y las esquinas para pecados se fundieran con la noche y se olvidaran de los remordimientos y el polvo de basura de las calles que reaparecían con el alba.

No miró a Alix al responder. Nix paseaba por la calle de malicias escondidas y enfermedades venéreas pegadas a los muros como si le hubieran engendrado ahí mismo y no fuera un caballero de los más refinados modales de Londres. Su gabardina negra se agitaba contra el viento y la penumbra le rodeaba como un aura que llevara pegada a los talones. Su bastón no emitía ruido cuando lo chocaba contra los adoquines desfigurados. Las farolas que no se habían fundido o robado le conferían un brillo de amarillo anaranjado que se filtraba por los poros que la niebla dejaba abiertos.

—Cuando una señorita como Hampton se escapa de casa, con toda su refinería, su buena educación, y su poco conocimiento de la vida real, no tiene muchas opciones. Por desgracia para usted y para ella, una de ellas es la prostitución, aunque suene mal.

Alix no pudo seguir caminando, como si las palabras fueran clavos atándole al suelo.

—¿Cree que Elisa se ha hecho a la calle?

Nix se dio cuenta de que la voz provenía de lejos y se paró también. Con las manos en los bolsillos de la gabardina se giró a mirarle.

—Es una posibilidad —susurró. El viento arrastró sus palabras por el suelo y se las llevó a Alix.

—Elisa nunca haría algo así —murmuró. Se tragó sus propias palabras cuando comprendió que no tenían sentido y que ya no conocía a Elisa. No a la que se había escapado de casa y perdido entre las calles de una ciudad que de noche se plagaba de fantasmas y rostros de demonios y ojos rojos.

Entre la niebla que reptaba pegada a las baldosas y que ascendía como vapor de agua enclaustrado, Nix parecía ir desapareciendo comido por serpientes grisáceas, convirtiéndose en una mancha negra sin bordes definidos.

La niebla cargada de temores se internó en Alix, estremeciéndole. Casi pudo oler su miedo y preocupación. Reticente a consolar a los demás, se acercó a Alix y le posó una mano en el hombro.

—No se preocupe. La encontraremos. Se lo prometo.

Alix elevó la cabeza y asintió. Sonrió débilmente, como si creyera que así podría disipar la niebla.

—Gracias.

Gracias porque poner en duda su promesa le desgarraría por dentro. Porque necesitaba aferrarse a esa promesa como a la última tabla de un naufragio. Si no, se hundiría, y ni Nix ni todas las promesas del mundo podrían evitar que se ahogara.

Nix apretó los labios y le palmeó el hombro con la mano que no sujetaba el bastón antes de seguir andando. Esta vez, Alix le siguió de cerca.

Aquella noche la niebla era tan espesa que ni siquiera los más necesitados habían salido a patear las calles porque sabían que nadie llegaría hasta ellos. Oculto en ella, un zorro callejero rastreaba el suelo.

—¿Cómo vamos a encontrar a Elisa entre tanta niebla?

—No vamos a encontrarla.

—¿Y entonces?

—Esto es lo que yo llamo investigación de campo. Vamos a preguntar.

Nix torció una esquina y entró en un bar cuya puerta Alix no había sido capaz de apreciar hasta que salió luz y ruido de su interior. Nix trató de entrar, pero un brazo le agarró desde afuera.

Cenizas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora