2: Puertas no engrasadas, Androides que explotan

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Habían salido de la cafetería después de que Alix terminara de dar cuenta de su desayuno. Se encontraban delante de una pensión en un barrio de clase media, una casucha de ladrillo rojo y tejado a dos aguas que parecía desvencijada y de cimientos inestables.

—¿Aquí es donde vive? —cuestionó Nix, mirando hacia arriba de la casa, de donde sobresalían dos chimeneas. La mañana despejada se había acabado y las nubes del color de las cenizas habían arrasado con el cielo azul. Aunque no le hacía falta preguntar. En el informe sobre Alix Hudson constaba su dirección.

—Momentáneamente, sí. Es lo único que me puedo permitir.

—¿Trabaja?

—No. Me acaban de despedir de mi antiguo trabajo.

—¿En qué trabajaba?

—Ayudante de relojero.

Nix asintió y espero en la acera a que Alix abriera la puerta con unas llaves que se le escurrían entre los dedos engrasados. Por ambos lados de la calle pasaba gente. Padres de familia con el rostro sombrío y ceniciento yendo a trabajar a las fábricas o al puerto, mujeres con hijos a limpiar al río o vender sus servicios... Poca gente paseaba por esos barrios por el simple placer de pasear. Las nubes teñían la calle de color gris y ánimo decaído y les daba a los ropajes remendados un aspecto de desolación y descomposición inminente. Era desolador, un ambiente que le quitaría las ganas de vivir y la ilusión al más alegre de los ciudadanos, pero Nix veía un cierto glamour y encanto entre las calles que parecían cubiertas de polvo y la falta de luz del sol.

Finalmente, Alix abrió la puerta de entrada y se hizo a un lado.

—Pase. La señora Rogers habrá ido a limpiar las coladas en el río a estas horas, así que no hay nadie en la casa.

—¿Y sus padres? —Nix se acercó y entró quitándose el sombrero. Delante suya se abría un pasillo que iba hasta el fondo de la casa y a un lado una escalera estrecha que subía hasta un piso de arriba. A su izquierda, una puerta que daba a una cocina.

—Están visitando a unos parientes a las afueras. Es una especie de segunda luna de miel. En su ausencia, me hospedo con la señora Rogers.

—¿Y acostumbra a invitar a desconocidos a su casa cuando no hay nadie en ella? —inquirió Nix. Alix emitió una risilla nerviosa, que provocó que se girara a mirarle con curiosidad. Jamás había pretendido ser gracioso, pues su pregunta era una buena forma de empezar a averiguar por qué le habían encargado al chico desastre de misión. Quizás debía salvarle de un asesino en serie o él era el asesino en serie al que debía detener.

—En verdad, usted es el primero. No suelo hablar con desconocidos, pero por alguna razón... Siento que usted es de fiar. ¿Me equivoco?

La puerta seguía abierta y Alix manteniéndola cuando Nix le sonrió. No le gustaba sonreír y sin embargo era la mejor forma de ganarse la confianza de gente nueva cuando debía improvisar. Odiaba verse obligado a improvisar.

—En absoluto. Tiene usted un buen instinto.

La sonrisa de Alix traqueteó antes de hacerse con la parte inferior de su rostro. Cerró la puerta y adelantó a Nix.

—Acompáñeme. Le mostraré mi invento.

Le dirigió por una serie de pasillos que se abrían a la derecha y que se oscurecían a medida que el número de pasos aumentaba, hasta que se vieron parados enfrente de una puerta que casi se disfrazaba con el color de la pared. Si no hubiera sido porque era más protuberante que esta, Nix jamás la habría notado.

Alix volvió a sacar el llavero y fue revisando las llaves hasta dar con la adecuada. Con un golpe, la encajó en la cerradura y giró con fuerza, pero esta seguía sin abrirse por mucho que tirara. Impacientándose, Nix giró los dedos de su mano derecha y le transmitió su energía a la puerta. Volutas rojas se colaron por la cerradura sin que Alix se percatase. Finalmente se abrió de un tirón.

Cenizas en la nocheWhere stories live. Discover now