32: Había una orquesta, una orquesta que chillaba

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Nix despertó con dolor de cabeza. Se sentía irreal, ficticio, incorpóreo. Pero el dolor era muy real.

—¿Dónde estoy? —murmuró. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera alguien cerca. Lo veía todo negro. Trató de abrir los ojos, y detrás de los párpados solo se encontró con más tinieblas. Se planteó si había bebido hasta el punto de quedarse ciego, pero eso era imposible. En primer lugar, porque nunca debería haber sido capaz de emborracharse.

Tanteó con las palmas de las manos su alrededor. Se dio cuenta de que sobre lo que estaba sentado, o tumbado —aún no era capaz de orientarse—, era frío y suave.

—No estás —escuchó una voz, a lo lejos, de todas partes, cerca. La reconoció por cómo parecía meterse dentro de su cabeza y susurrarle directamente en el cerebro.

—¿Negren? —inquirió.

De repente, la oscuridad pareció más clara en comparación con la figura de penumbra que se había solidificado entre jirones de sombras y humo, justo delante suya. Nix se levantó y sintió cómo el dolor de cabeza aumentaba, como las punzadas de la resaca se incrementaban en su cráneo y le cegaban la visión.

—Por el Partenón, ¿cómo soportan esto los mortales? —masculló. Miró hacia atrás. La oscuridad se extendía hasta donde llegaba la vista. Era una nada de tinieblas, con Negren en el centro, y él atrapado en ella.

—¿Dónde estamos? —volvió a preguntar.

—Esto —dijeron las voces dentro de su cabeza, a la vez que Negren extendía un brazo, abarcando toda la oscuridad—, no es ningún sitio. Puedes considerarlo una especie de limbo. Un sitio donde el tiempo no existe, y lo material tampoco.

—¿Qué quiere decir eso? —El dolor de cabeza le impedía pensar con claridad—. Jamás había visto a nadie que lo hiciera.

—Eso es porque nadie lo hace.

Nix observó a Negren, o las sombras que se hacían pasar por él, reptando por el interior de su túnica negra.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Tengo entendido que te has emborrachado.

Nix no contestó inmediatamente. Tampoco había sido una pregunta, así que no hacía falta respuesta.

—¿Sabes cómo ha podido ser? —le preguntó.

Negren se giró. Empezó a andar, o algo parecido. Sus pies se movían, como tratando de avanzar, pero Nix sentía que permanecía a la misma distancia, como si sus pasos le arrastraran con él sin que se diera cuenta.

—Hay una... Sustancia, por así decirlo, que afecta incluso a las Criaturas. Les produce el efecto que los mortales llaman "emborracharse". El alcohol te hace el mismo efecto que a un humano si te echan esa sustancia en la copa. O, más bien, la sustancia es la que provoca el efecto que el alcohol no es capaz.

—¿Cómo se consigue esa sustancia?

—Oh, es de fácil acceso. Lo complicado es que alguien sepa que tienes que usarla en una Criatura para que sirva de algo.

—Griffin —susurró Nix.

Negren abandonó su paseo inmóvil y se dio la vuelta.

—¿Eh?

Nix levantó la cabeza.

—Podría haber sido Griffin. Pero no... No le vi.

Negren se acercó deslizándose por el suelo de la nada. Estaba a dos metros de Nix, en silencio, y notaba como las voces en su cabeza zumbaban.

Cenizas en la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora